«Los impíos hablar para derramar sangre, pero los hombres rectos hablan y los ponen a salvo»
Proverbios 12:6
Después de que Gedeón y sus trescientos soldados derrotaran al ejército de Madián y sus aliados, las familias de la tribu de Efraín reclamaron al caudillo el no haberlos llamado a la lucha. Sin embargo, Gedeón no quiso entrar en conflicto con ellos, así que con mucha cortesía les dijo: «¿Qué hice yo, comparado con lo que hicisteis vosotros? -replicó él-.
¿No valen más los rebuscos de las uvas de Efraín que toda la vendimia de Abiezer? Dios entregó en vuestras manos a Oreb y a Zeb, los jefes madianitas. Comparado con lo que hicisteis vosotros. ¡lo que yo hice no fue nada!» (Jueces 8:2, 3, CST). Esa respuesta aplacó la ira de los efraimitas.
Tiempo después se presentó una situación similar con Jefté, quien había derrotado a los amonitas. Una vez más, los efraimitas reclamaron airadamente al caudillo el no haberlos llamado a la lucha. Pero la respuesta de Jefté fue diferente a la Gedeón: «Mi pueblo y yo estábamos librando una gran contienda con las amonitas y, aunque yo os llamé, vosotros no me librasteis de su poder.
Cuando vi que vosotros no me ayudaríais, arriesgué mi vida, marché contra los amonitas, y el Señor los entregó en mis manos. ¿Por qué, pues, habéis subido hoy a luchar contra mí?» (Jueces 12:2, 3, CST). De las palabras y las reclamaciones pasaron a la guerra. Cuarenta y dos mil efraimitas murieron en el campo de batalla (vers. 6).
¿Hasta dónde puede crecer un problema cuando no lo resuelves de la manera correcta? ¿Hasta dónde te puede conducir la confrontación? Gedeón enfrentó la actitud soberbia de los efraimitas de una manera distinta a la de Jefté. Cuando tienes la cabeza caliente eres proclive a tomar decisiones insensatas.
Además, no olvides que tus confrontaciones afectan a otros y pueden destruir sus vidas. Es muy probable que no todos los de la tribu de Efraín fueran soberbios como aquellos que arremetieron contra los líderes de Israel, sin embargo, su torpe actitud condenó a muerte a cuarenta y dos mil jóvenes.
Evitar la confrontación y favorecer el diálogo y el acuerdo da mejores resultados que la confrontación abierta. Asimismo, rebajarse al nivel de la bravuconería puede traer terribles consecuencias. Para eso se necesita paciencia, como dice la Palabra del Señor: «Más vale el final que el comienzo, más vale paciencia que arrogancia» (Eclesiastés 7:8, BLP).
Que el Señor te conceda hoy la paciencia de los santos (Apocalipsis 14:12).