Hasta había gigantes, los descendientes de Anac. ¡Al lado de ellos nos sentíamos como saltamontes y así nos miraban ellos!
Números 13:33, NTV
Años atrás, oré: “Señor, siento que el miedo está ocupando casi todo el espacio en mi corazón. Si mi corazón fuese como esta habitación (yo estaba sentada en el comedor de mi casa cuando dije esto), siento que estaría acurrucada en una esquina, con la espalda contra la pared y sin más lugar para retroceder. ¡No quiero seguir así! Quiero reconquistar el terreno y expulsar al miedo de mi vida”. Yo no tenía idea de cómo Dios contestaría mi oración.
Ahora, años después, me parece lo más lógico que Dios me haya enviado una serie de desafíos, cada uno más grande que el otro. La única forma de desalojar al miedo, ese terrible inquilino que no solo no paga, sino que además destruye nuestro corazón, es enfrentándonos a los gigantes. La única forma de conquistar -o de reconquistar- la Tierra Prometida, es hacerle frente a esas circunstancias y personas que nos hacen sentir como pequeñas langostas.
El autor cristiano Graham Cooke, en su artículo «Giants in the Promised Land”, dice que no solo es bueno que haya gigantes en la Tierra Prometida, sino que además es absolutamente necesario. Las pruebas con las que nos enfrentamos están diseñadas como un portal, como un pasaporte hacia nuestro futuro. «Siempre hay gigantes junto a una promesa, porque los necesitas. Las promesas de Dios son tan grandes, que necesitarás crecer para poder cargarlas”, escribe Graham.
Cuando vemos a los gigantes, pensamos que jamás podremos vencerlos, que nos aplastarán como a cucarachas. “Pero el Espíritu Santo te envía este mensaje: ¿Ves a ese gigante? ¡Te estoy convirtiendo en un gigante como él! Durante el combate vas a crecer y alcanzar el tamaño de ese gigante, y él se empequeñecerá y tomará tu tamaño actual”. El gigante al que nos enfrentamos debe ser mucho más grande y fuerte que nosotras, porque solo así lograremos crecer.
Cuando enfrentamos desafíos, pasamos al siguiente nivel (como en un videojuego). Entonces, recibimos oportunidades y bendiciones que nos pertenecían en Cristo desde el principio, pero que nuestra pequeña musculatura no hubiera podido cargar
Señor, te agradezco por los gigantes que están parados al lado de cada promesa. Te agradezco por los desafíos que me obligan a crecer. Hoy, al enfrentarme a ellos, voy a recordar que tú me estos transformando en una verdadera gigante de la fe.