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Iglesia

Una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha.

Efesios 5:27

Todo era confusión, pero llegó un carpintero y habló, sobre el lago, en una barcaza. Les contó que en el Reino de los cielos un hombre intenta sobrevivir sembrando y trabajando en lo que puede con dignidad, pero que su enemigo se dedica a complicar las cosas, encizañando a todo el mundo. Les sugirió que no se dedicasen a eliminar tales elementos, porque no sabemos quién tiene buena voluntad y quién no (Mat. 13:24-30). Eso sí, les propuso que se apuntaran a vivir con el verdadero ideario del Reino de los cielos. Así comenzó la historia del cristianismo y de la iglesia.

Lo sé, estoy imaginando esa sonrisa socarrona de algunos descreídos cuando me atrevo a hablar de la iglesia. Solo les falta recordarme la cita de Alfred Loisy: “Jesús anunció el Reino, y lo que vino fue la iglesia”. Ya, no hablo de esa iglesia. Yo hablo de la iglesia, la del Reino de los cielos, la de Jesús.

Les hablo de una iglesia donde hay una comunidad de personas modestas porque saben que son criaturas de Dios y que en la humildad hay crecimiento. De una iglesia que es una comunidad de iguales que no excluye ni discrimina, porque tienen la certeza de que todos somos hijos de Dios, sin ningún tipo de distinción. De una iglesia que es una comunidad sin últimos ni primeros, porque las etiquetas son para el pasado y en la eternidad confluyen todas las oportunidades.

De una iglesia que es una comunidad extrovertida, que se preocupa tanto por los que se han ido como por los que no quieren entrar, porque no importa tanto la situación como la actitud. Una iglesia que es un espacio que supera los límites políticos, sociales e históricos.

Supera los límites políticos porque es un reino sin fronteras, sin aduanas, sin patrioterismos. Supera los límites sociales porque elimina castas o estatus, y apuesta por una vuelta a nuestra verdadera identidad: iguales ante el universo. Supera los límites históricos porque plantea la posibilidad de un nuevo paisaje: el cielo en nuestro corazón. Viene a cambiar las historias cotidianas y, con ello, reescribe la historia del cosmos.

Les hablo de la amada y fiel esposa del Ungido. Nosotros. No somos perfectos, nunca lo seremos, pero somos fieles al ideario del Reino de los cielos. Somos iglesia.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.