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Ni la Academia ni el Liceo

¡Alaben la misericordia de Jehová y sus maravillas para con los hijos de los hombres!, porque sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta.

Salmo 107:8, 9

Ya nadie duda de que la información se asocia con poder y autoridad. Un ejemplo lo tenemos en Alejandro Magno y en su relación con Aristóteles. Ambos eran de una provincia griega, Macedonia, que no tenía la consideración de Atenas. Para los atenienses, era una zona de bárbaros, a los que tratar con desdén.

Así lo vivió Aristóteles, quien, tras ser el alumno más destacado de Platón, vio cómo la dirección de la Academia pasó a ser dirigida por el sobrino del filósofo en lugar de por él. Todo, porque era macedonio. Aquello no le sentó nada bien, y cuando Filipo II de Macedonia le pidió que instruyera a su hijo Alejandro, no dudó un instante.

Era el momento de su venganza. Enseñó al joven príncipe a pensar como un griego, pero a luchar como un bárbaro. Aquel conocimiento llevó a Alejandro Magno a conquistar hasta la India. El conocimiento adquirido le dio el poder de destruir y la autoridad para imponer su control.

Años después, Aristóteles volvería a Atenas a fundar el Liceo, un centro con intereses pedagógicos, aunque sus objetivos no variaron demasiado.

El salmo 107 nos presenta un empleo de la información muy diferente. El salmo comienza con una expresión de alabanza: “Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia”. Aunque todo el cántico presentará la grandeza del poder y la autoridad del Señor, destaca dos de sus características más notables: bondad y misericordia.

Pondrá, a cada versículo, ejemplos de cómo Dios mejora las existencias de las personas sacándolos de las adversidades y proponiéndoles una vida mejor.

No he hallado muchos estudios en los que aparezcan como competencias la bondad y la misericordia. Ser bueno y misericordioso nos coloca en el espacio de la asertividad, de la colaboración y de la mejora. Estamos llamados a expresarnos con verdad y con afecto, a hacer de la enseñanza un instrumento de crecimiento para las personas.

También debemos potenciar la cooperación porque lo bueno no debiera ser una aventura aislada de santones, sino el esfuerzo mancomunado de la gente de bien. Y es indudable que el objetivo es dejar este mundo mucho mejor que cuando llegamos a él.

No hacen falta grandes epopeyas sino aunar voluntades, como diría el poeta japonés Ryunosuke Satoro:

“Individualmente, somos una gota. Juntos, un océano”.
Aprendemos y enseñemos para que la bondad y la misericordia tengan su espacio adecuado, para que las personas crezcan en la gracia de Dios.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.