Mira, esta brasa ha tocado tus labios. Tu maldad te ha sido quitada, tus culpas te han sido perdonadas.
Isaías 6:7
Hay muchas reglas de comportamiento que deben respetarse frente a reyes y reinas. En relación con la reina de Inglaterra, por ejemplo, cuando ella se sienta y se levanta, todos deberían levantarse también.
Si ella está en la mesa y termina la comida, nadie más puede comer. Estas actitudes revelan respeto y reverencia.
¿Y ante Dios? ¿Cómo debe ser nuestro comportamiento?
En una visión, Isaías vio al Señor sentado en su trono y “unos seres como de fuego estaban por encima de él. Cada uno tenía seis alas. Con dos alas se cubrían la cara, con otras dos se cubrían la parte inferior del cuerpo y con las otras dos volaban” (Isa. 6:3).
Cuando vio a Dios, Isaías exclamó: “¡Ay de mí, voy a morir! He visto con mis ojos al Rey, al Señor todopoderoso; yo, que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros” (Isa. 6:5).
Inmediatamente, un serafín tocó los labios del profeta con una brasa encendida, y dijo lo que está registrado en el versículo de hoy.
¿Por qué el profeta estaba tan asombrado ante la presencia de Dios? Porque Dios es santo, perfecto y puro. Y cuando los pecadores estamos ante él, nos sentimos indignos y pequeños.
Entonces, ¿es malo estar en la presencia de Dios? ¡Claro que no! A pesar de ser tan glorioso, él es amoroso, misericordioso y perdonador.
Y gracias al sacrificio de Jesús, podemos acercarnos al Padre para encontrar el perdón, tal como lo hizo Isaías.