Tomó Taré a su hijo Abram, y a Lot hijo de Harán, hijo de su hijo, y a Sarai, su nuera, mujer de su hijo Abram.
Génesis 11:31
¿Qué hubiera pasado si Taré y su familia no hubiesen salido de Ur? No lo sabemos con certeza. ¿Podrían haber sido objeto de una de las muchas reyertas entre elamitas y otros pueblos? ¿Podrían haber hecho política y alcanzado puestos de honor?
¿Podrían haber hablado de Jehová y que multitudes se convirtieran a él? Podrían, pero no fue así. ¿Qué hubiera pasado si Abram no hubiera dejado Harán? No lo sabemos con certeza. ¿Podrían haberse establecido comercialmente en el lugar y abierto rutas de negocios con Egipto? ¿Podrían haberse asimilado y convertido a la idolatría? Podrían, pero no fue así.
¿Qué hubiera pasado si Abraham no hubiera ido al monte Moriah? No lo sabemos con certeza. ¿Podría haber abandonado la fe en Jehová? ¿Podría haberse convertido en un teólogo que argumentara que el Dios verdadero nunca puede pedir sacrificios, porque no le es propio? Podría, pero no fue así.
Sabemos que Taré y su familia salieron de Ur y se hicieron un viaje de más de un millar de kilómetros. Sabemos que Abram y su familia abandonaron Harán, aunque les iba muy bien económicamente. Sabemos que, con todo el dolor de su corazón, Abraham caminó con su hijo Isaac hasta el monte Moriah y estuvo a punto de sacrificarlo.
Sabemos que en aquella familia se daba importancia a las propuestas de Dios y se reaccionaba de forma positiva.
Hay un tipo de ficción novelesca que se denomina “ucronía”. Consiste en relatos que toman hechos reales pero alteran un evento de manera que todo cambia. Ese evento es conocido como “punto Jonbar” y la pregunta que se plantea es “¿Qué hubiera pasado si…?”
¿Qué hubiera pasado si los nazis hubieran vencido? ¿Y si el cristianismo no hubiese persistido? ¿Y si hubiera ganado la Armada Invencible? Y a la gente le fascinan este tipo de fantasías.
Vivimos tiempos de religión ficción, de debates sobre qué hubiera pasado, de especialistas en la búsqueda de posibilidades. Pero no fue así. Abraham, Moisés, David, María, Pedro, Pablo, fueron fieles a Dios. Y Dios fue fiel a sus hijos y llegó Jesús.
Vivió, sanó, amó, murió y resucitó por nosotros. No es ficción sino realidad. Una realidad aplastante y esperanzadora.
¿Podría haber sido de otra manera? No lo sabemos, lo que sí sabemos es que fue así. O como dijo Pablo sin dudar: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Tim. 1:15).