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Protocolo divino

Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí y oyó mi clamor.

Salmos 40:1

La realeza manifiesta su condición con protocolos. ¿Sabías que a los reyes no se les debe hablar hasta que ellos se dirijan a ti? ¿Que si te preguntan debes contestar con respeto y añadiendo “Su Majestad”?

¿Que no puedes usar un vestido del mismo color que la reina en un acto público? ¿Que no puedes fotografiar a los reyes mientras están comiendo? Por cierto, la comida se acaba cuando el monarca da el último bocado y el evento empieza cuando llega el rey o la reina. La realeza no espera.

Y algo que nunca se debe olvidar es hacer la reverencia, inclinarse ante la majestad. Si hay una monarquía atada a estos protocolos es la británica, por eso ha llamado mucho la atención una práctica del príncipe Guillermo de Inglaterra.

Se agacha para hablarle a su hijo. Es algo que rompe con las normas, pero que tiene una razón de enorme valor: desea fortalecer la emocionalidad de su pequeño.

Es una práctica educativa que se llama “escucha activa”, y que permite que nos acerquemos a los niños de manera que se sientan importantes y queridos. Guillermo ama demasiado a su hijo como para que la normativa los distancie. Es un ejemplo a seguir.

David, como si fuera un niño travieso, de tanto correr alocadamente había caído en el barro de las dificultades. Emocionalmente dolido se quedó allí, esperando a que llegase su Padre. El tiempo parecía alargarse (y la ansiedad tiende a desesperarnos).

Pero David se lo tomó con paciencia, así, aceptó los tiempos de Dios. Quizá no pasó tanto en el lodo pero le supo a una eternidad. Dios se agachó hasta él, lo miró a los ojos y escuchó su lamento. Entre sollozos le contó que se había caído, que se había manchado, que había sido sin querer, pero que no sabía qué hacer.

Y Dios lo consoló. Dice el salmista: “Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios” (Sal. 40:2, 3).

El Señor alzó en el aire a David, lo colocó en un lugar seguro, limpió sus piernas y juntos cantaron una canción infantil. Dios abandonó todo protocolo divino, toda normativa mayestática para mirar a los ojos a su hijo. A su altura.

Ese mismo Dios anhela hacer de igual manera contigo. No te impacientes porque en su momento se agachará hasta ti, te limpiará las lágrimas y te recordará que es tu Padre.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.