Por uno solo que desobedeció a Dios, muchos pasaron a ser pecadores; pero por uno solo que obedeció a Dios, muchos serán declarados justos.
Romanos 5:19, NTV.
Hace unos años me detuvo un policía de tránsito cuando me disponía a ir a mi trabajo. Yo circulaba a 70 kilómetros por hora en una zona donde el límite es 50 kilómetros. Es evidente que desobedecí la ley y que me había ganado una merecida multa.
El policía me pidió la licencia, la documentación del vehículo y el seguro. En ese momento, yo todavía no había obtenido la licencia de conducir de Florida, pues acababa de trasladarme a Miami; tampoco sabía dónde había puesto la documentación del vehículo; y, para colmo, tampoco encontraba la tarjeta del seguro.
El policía se quedó mirándome, y después de hacerme varias preguntas me dijo: “Váyase”. Desde entonces me he asegurado de tener a mano mi licencia, la documentación y el seguro, y pongo todo mi empeño en no sobrepasar los límites de velocidad.
La Biblia dice que Dios tiene una ley eterna: los Diez Mandamientos. Imaginemos que un día esa Ley nos detuvo porque habíamos transgredido el sábado, deshonrado a nuestros padres, levantado falso testimonio contra nuestro prójimo, en fin, habíamos transgredido todos sus preceptos.
No había nada que pudiéramos hacer para quedar libres de dicha situación. Y cuando el agente de la ley estaba escribiendo nuestra penalidad, que sería la muerte eterna, llega Cristo, se queda mirándonos fijamente a los ojos, se identifica con nuestra frustración, pero no puede decirle a la ley que pase por alto nuestra transgresión. No puede decir simplemente: “Váyanse”.
Así que dice: “Esta gente merece ser condenada, puesto que han desobedecido; no obstante, como yo he cumplido la ley y, por tanto, tengo vida, yo prefiero otorgarles la vida a ellos, a fin de que su condenación recaiga sobre mí y mi justicia cubra sus transgresiones”.
¡Somos salvos, no por “nuestras obras” sino “por la obra” de nuestro Señor! Sí, la salvación es por obras, pero no por obras humanas, sino por la obra que Dios realizó en y por medio de Cristo. El Gólgota hizo posible que el manto de Jesús, que ha sido tejido por su propia obediencia, sea imputado a cada pecador que se haya arrepentido.
El apóstol Pablo declaró: “Por uno solo que desobedeció a Dios, muchos pasaron a ser pecadores; pero por uno solo que obedeció a Dios, muchos serán declarados justos” (Rom. 5:19, NTV). Y ese “uno” es Jesús.