Abimelec, rey de los filisteos, mirando por una ventana vio a Isaac que acariciaba a Rebeca, su mujer.
Génesis 26:8.
A Isaac la llegada de Rebeca le cambió la vida. Era una muchacha dispuesta, amorosa y de fe, que congenió perfectamente con él.
Fue un amor que comenzó a “primer pacto” (Dios guio a Eleazar a la perfección), continuó a “primera vista” (pocos momentos hay más románticos en la Biblia que el encuentro de esta pareja) y se mantuvo a “primer amor”, porque siempre se quisieron. Y esas relaciones son de una profundidad humana bien interesante.
Isaac y Rebeca eran una pareja cómplice, de esas que han hablado tanto en privado que solo un gesto en público es suficiente como para que se entiendan.
De aquellos que dicen mucho más de lo que dicen, pero que solo ellos saben. De aquellos que se miran con ternura y buen humor, disfrutando de cada momento juntos. También fueron cómplices en la medio mentira.
Decir que era su hermana no era incierto del todo, pero una mentira a medias siempre es una mentira, y una verdad a medias siempre es una mentira. Bueno, no gestionaron bien esa situación, y todos en el lugar pensaban que su relación era simplemente fraternal.
Un día, Abimelec, el rey de los filisteos, acertó a pasar cerca de su casa y, por una ventana, vio algo que le sorprendió. Aquella relación no era la de unos hermanos. ¿Por qué? En el hebreo dice que Isaac “hacía reír” a Rebeca, su esposa.
No, no es que le estuviera contando chistes, es que le estaba haciendo cosquillas. ¡Qué curioso! El relato más íntimo de una pareja en la Biblia está más asociado con el reír que con el simple placer. Es que un momento de proximidad inocente y juguetón define mucho mejor el matrimonio que la mera sexualidad.
¿Por qué se mantuvo este relato en la Biblia? Porque es muy bonito; porque la complicidad es una oportunidad que pocas personas tienen; porque no hay muchas cosas que superen un rato de risas en la intimidad.
Nada es más terapéutico que una buena sesión de cosquillas. Y no hay nada mejor que un matrimonio bien avenido. Como dice Elena de White: “El amor verdadero es un principio santo y elevado, por completo diferente en su carácter del amor despertado por el impulso, que muere de repente cuando es severamente probado. […].
Entonces, el matrimonio, en vez de ser el fin del amor, será su verdadero comienzo” (Patriarcas y profetas, p. 174).
Me alegra que Dios mantuviera este relato en la Biblia porque, entre risas, nos presenta un buen modelo de matrimonio.