Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.
Mateo 11:28, NVI.
Un amigo me contó cómo había pasado el susto más grande de su vida. Agobiado por su inseparable sinusitis, concertó una cita con un médico especialista en alergias. En el consultorio, el médico le tomó la presión, y el tensiómetro mostró que la tenía muy alta.
Tras varios chequeos, el alergista le informó que tenía un soplo grado 4 y que debía visitar a un cardiólogo. Salió muy asustado; sentía que el mundo se derrumbaba debajo de sus pies.
Siguiendo la recomendación, comenzó a realizarse los análisis pertinentes. Le hicieron un electrocardiograma, y salió bien. Luego fue sometido a un ecocardiograma, y no hubo nada anormal. El cardiólogo le tomó la presión, y estaba perfecta.
El veredicto del doctor fue contundente: “No eres hipertenso y no tienes ningún soplo. Deja de preocuparte, descansa más y relájate cuando te vayan a tomar la presión. Eres un hombre sano”. Mi amigo le dijo al doctor: “Pero no sé por qué me pasa eso si soy una persona cristiana”.
Lo que más me impactó fue lo que, a renglón seguido, le dijo el médico: “Te pasa porque eres humano”.
A veces se nos olvida que los cristianos somos humanos; es decir, somos imperfectos, vulnerables, débiles, proclives a preocuparnos, agobiarnos, ponernos nerviosos y enfermarnos.
Aun Jesús, nuestro modelo, participó de muchos de las debilidades inocentes de nuestra humanidad. Visitaba la casa de sus amigos (Luc. 10:38-42); hubo momentos en los que se entristecía (Mar. 14:34) y lloraba (Juan 11:35). En cierta ocasión les dijo a sus discípulos: “Vengan, vamos nosotros solos a descansar un poco en un lugar tranquilo” (Mar. 6:31, DHH).
¡Jesús sabía cuándo hacer una pausa renovadora y recargar las pilas para cumplir su labor con mayor eficacia. Eso era lo que mi amigo necesitaba: una pausa.
Hay momentos cuando la mejor medicina es retirarnos a descansar.
Somos humanos, y como tales necesitamos reposar, hacer una pausa para no ser arrastrados por el brioso caudal de un mundo que late a un ritmo trepidante.
Y porque somos humanos, Jesús nos hace una gran invitación acompañada de una maravillosa promesa: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mat. 11:28, NVI).
Eso era lo que mi amigo necesitaba, y es lo que necesitamos todos.