Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en el firmamento de los cielos.
Génesis 1:20.
Mirar el cielo desde la Plaza de Cataluña, en Barcelona, es un espectáculo. Algo más allá del revolotear sincopado de las palomas urbanas se pueden contemplar nubes de estorninos.
Es como si un coreógrafo magistral los hubiera entrenado en el arte de “todos a una”. Como un pañuelo de seda al capricho del aire, se mueven individualmente y en conjunto. Las formas y los volúmenes evolucionan a imagen y semejanza de un salvapantallas, salvo que esos puntitos negros sobre fondo azul están vivos.
En cierta manera, se mueven como un cardumen. La organización y la sincronización de un banco de arenques es de una belleza y estrategia similares. El movimiento los hace identificables y parecidos. Ese fluir ingrávido y deslizante que caracteriza a los peces es el mismo que permite desplazarse a las aves.
Volar y nadar son ejemplos del discurrir de una naturaleza en común. Nunca lo habríamos pensado porque miramos más las escamas y las plumas. Estudiamos los detalles, diseccionándolos, pero ahí está el movimiento. Al desplazarse, con el uno está el todos. Unidad frente a unión, individualidad en grupo frente a grupo individualizado.
Mirar el suelo desde la Plaza de Cataluña también es un espectáculo. El movimiento apresurado de los urbanitas solo se ve interrumpido por la pausa intermitente ante el escaparate.
Los objetos aceleran su fluir por culpa del anhelo de comprar. El enjambre humano parece vivir en polinización continua y consumista. Debiera replantearse el discurrir de un ciudadano, porque con el objeto está el todos. Colección juntamente con unión, cosa junto a conjunto.
En Mateo 9:9 tenemos un relato brevísimo que viene al punto: “Jesús continuó su camino. Al pasar vio a un hombre llamado Mateo que estaba sentado en su despacho de recaudación de impuestos, y le dijo: ‘Sígueme’. Mateo se levantó y lo siguió”.
Jesús tenía un accionar tan constante y salvífico, que generó un movimiento. Mateo estaba en otra; hasta aquel día había preferido el dominio de las cosas, contar monedas a contar vivencias. Una sola mirada de Jesús, una sola palabra, y cambió su fluir, dejó el deambular de lo material y comenzó a deslizarse por el Espíritu. Y no hay nada como deslizarse por el Espíritu.
Se ven los paisajes desde otra perspectiva, se siente la ligereza del ser sin lastre, se comprende la existencia desde dentro y con otros.
¿Dónde vas? Sea cual sea tu respuesta, recuerda que Jesús te invita a seguirlo. Fluye con él.