Cuando ellos llegaron, Samuel vio a Eliab y pensó: ‘Con toda seguridad este es el hombre que el Señor ha escogido como rey’.
1 Samuel 16:6
Samuel cometió el error de fijarse en la apariencia de Saúl y en la apariencia del hermano mayor de David. Como Saúl era el más alto de todos los israelitas, el profeta pensó que era garantía de que sería un gran líder.
“Samuel preguntó a todos: ‘¿Ya vieron al que el Señor ha escogido como rey? ¡No hay un solo israelita que pueda compararse con él!’ ” (1 Sam. 10:24). Ahora, el profeta se dirigió a la casa de Isaí para ungir a quien se convertiría en el segundo rey.
Cuando Samuel llegó, Isaí mandó a llamar a todos sus hijos, pero ninguno de ellos era el elegido. Cuando Samuel vio a Eliab, de inmediato pensó que era el elegido por su buen porte y su apariencia física.
Dios le explicó: “No te fijes en su apariencia ni en su elevada estatura, pues yo lo he rechazado. No se trata de lo que el hombre ve; pues el hombre se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón” (vers. 7).
Al caminar por la ciudad, recibes muchos mensajes enfocados en la apariencia: ropa costosa, salones de belleza, gimnasios nos dicen que no somos suficientes y que tenemos que cambiar y mejorar nuestra apariencia todo el tiempo.
Corremos el peligro de pensar como Samuel, que se dejó llevar dos veces por la apariencia. ¡Qué gran recordatorio le dio Dios de que nos es muy fácil equivocarnos! Samuel se dejó llevar por el porte físico, la indumentaria, la juventud y la fuerza física, pero Dios ve el corazón, las emociones y las razones que nos mueven a actuar.
Que tu valor dependa de lo que Cristo hizo por ti en la cruz, y que te distingas porque te cubre su justicia y su amor: “Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia […]. Sobre todo revístanse de amor” (Col. 3:12, 14).