Abraham tomó otra mujer, cuyo nombre era Cetura.
Génesis 25:1
Hay personas que vivieron en el anonimato, de las que tenemos pocos datos y que, sin embargo, fueron el origen de muchos pueblos. Ese es el caso de Cetura, la segunda esposa de Abraham. Sabemos que su nombre significa “Incienso”, y podemos intuir que fue una buena compañera para el patriarca, pues con ella tuvo seis hijos.
Algunos comentaristas judíos han querido ver en Cetura a la misma Agar que, tras años de distancia, volvió con Abraham. No hay certeza de esto; ambas fueron concubinas, pero nada indica que fueran la misma persona.
Sea como fuere, Cetura permitió que la promesa de Dios se cumpliera y que Abraham fuese padre de multitud de naciones; al menos, las de los países árabes y el este de Canaán. El mismo Flavio Josefo dice que uno de los descendientes, Efer, fue quien le dio el nombre al continente africano.
¿Pudo imaginar aquella noble matriarca que su relación iba a llegar tan lejos? No lo sabemos, y es una pena, porque la curiosidad sobre ella nos embarga.
La gran mayoría de las personas realmente importantes no se registran en los anales de historia, ni en los cronicones de los relatos oficiales. Apenas si viven algunos años en las memorias familiares entre anécdotas y cuentos de infancia.
La mayoría de las personas realmente importantes hacen lo que tienen que hacer sin considerar prestigios o reconocimientos. La mayoría de las personas importantes aman cada día, cuidan los detalles, sonríen entre incomodidades, hacen cotidiano lo excepcional. Son como un buen incienso, que impregna las estancias aunque no lo veamos.
Vivimos tiempos de adicción al protagonismo. El famoseo se ha convertido en el sueño de jóvenes y mayores, y es triste porque este mundo no necesita de beautiful people, sino de personas comprometidas.
La mayor contribución que podemos hacer a este planeta es la de mejorarlo, y para eso no se necesita mayor exposición que la del cariño. Porque, como dice Proverbios 27:9, “el aceite y el incienso alegran el corazón y la dulzura de la amistad fortalece el alma”.
Pienso en ese texto e imagino a un pequeño niño en una diminuta aldea de Palestina. Entre lo común recibió a unos magos que, junto a otros regalos, le trajeron incienso. Esos sabios fueron iluminados por la grandeza de la promesa, y la hallaron en algo tan diminuto. Y es que Dios no necesita publicidad, porque su inmensidad se concentra, como el perfume, en el amor.
Seamos como Cetura, aparentemente anodinos, pero constructores de certezas. Ojalá que el perfume de nuestra presencia despierte los recuerdos más importantes, los del alma.