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A todos atraeré a mí

Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.

Juan 12:32

En Memorias de un loco, un breve relato escrito por Tolstói entre 1883 y 1884, narra que en cierta ocasión le pidió a su tía que le contara más de Cristo.

–No, ahora no puedo –le respondió tía.
–No. Cuenta –Mitenka también le pedía que siguiera contando.

Y tía empezó a contar lo mismo que nos había contado antes. Ella contó que lo crucificaron, le pegaron, lo torturaron, pero él oraba y no los juzgaba.

–Tía, ¿pero por qué lo torturaron?
–Porque eran personas malas.
–Pero si él era bueno.
–Ya basta, es muy tarde.
–¿Por qué le pegaron? Él perdonó, pero ¿por qué le pegaron?
–Ya basta, voy a tomar té.
–Pero puede que no sea verdad, y no le pegaron.
–Ya basta.
–No, no te vayas.

Tolstói concluye el relato diciendo: “Y me ocurrió otra vez: lloré, lloré, después empecé a darme con la cabeza contra la pared”.

Y a renglón seguido agregó: “Así me ocurría cuando era niño. Pero a partir de los catorce años, desde que se despertó en mí el deseo carnal y me abandoné al pecado, todo eso pasó, y yo era un chico como todos los chicos”.

El niño, en su inocencia, se resiste a creer que el Hijo de Dios haya sido maltratado sin ser culpable, llora de impotencia ante tamaña injusticia, golpea su cuerpo contra la pared. Sin embargo, esa fe inocente da paso a la incredulidad.

¿Cuántos de nosotros no hemos estado en una situación similar a la de Tolstói después de sus catorce años? ¿Cuándo fue que los deseos carnales nos hicieron despreciar la cruz?

Una pregunta más: ¿Cuántos estamos así ahora? La mayor tragedia de entregarnos al pecado es que constituye un golpe mortal contra nuestro bondadoso Padre. Sí, una vez más crucificamos a Cristo, lo hacemos cada día al ceder a nuestras pasiones pecaminosas. Nuestros pecados siguen lacerando el cuerpo de nuestro Señor.

Hoy, cuando muchos seguimos dominados por nuestros deseos carnales, con los brazos abiertos en la cruz, el Hijo de Dios nos asegura que él puede traernos de vuelta: “Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32).

Nuestra triste condición espiritual no debe alejarnos del Cristo crucificado, más bien tenemos un buen motivo para acudir a él.

J. Vladimir Polanco se ha desempeñado como pastor, profesor de teología y editor. Es el Editor de Publicaciones Teológicas de IADPA y director de la revista misionera "Prioridades", publicada mensualmente en cinco idiomas. El es el autor de varios libros.