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Todos cuentan

Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Mateo 18:20.

El premio Nobel de Literatura Samuel Yosef Agnon escribió Huésped para una noche, una novela que describía las comunidades judías decadentes de la Europa del Este.

En cierto fragmento, se relata una situación que nos parece sorprendente: la necesidad imperiosa de la presencia de un hombre judío para que se pueda orar o leer la Torah. Y es que en el judaísmo, para ciertos ritos, es obligatorio que haya diez varones adultos.

Si no se llega a ese quórum, que ellos llaman minyan, no se pueden realizar actividades como orar, bendecir o leer los libros de Moisés. Así también era en la época de Jesús.
Las actividades de la sinagoga estaban muy reguladas. Primero se leía un texto del Pentateuco y se traducía a la lengua que todos hablaban, el arameo.

Se realizaba un comentario de dicho texto para pasar a leer otro de los libros proféticos. Ese último también se comentaba. Las oraciones y las bendiciones seguían un proceso muy marcado.

Era, sin embargo, imprescindible que fueran diez varones adultos. La palabra minyan significa “los que son contados”, y hasta que no eran contados diez no existía la posibilidad de ser congregación.

Un día llegó un joven rabí y desmontó todas esas normas de funcionamiento. Dijo: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Una frase herética a los oídos de los doctores de la ley porque implicaba, entre otras cosas, que era Dios.

Una frase revolucionaria para los burócratas de la religión, porque afirmaba que la presencia divina no requiere más que sencillez e interés. Con dos, para Jesús, ya existe iglesia. No se necesita nada más que un par de personas y Jesús. Solo eso.

Hemos de comprender que todo es mucho más sencillo, que muchos de nuestros protocolos y normativas deben ser solo un poco de color en la relación con Cristo, nunca un obstáculo para acercarnos a él.

Como dice Elena de White: “Dios posee una iglesia. No es una gran catedral, ni la iglesia oficial establecida ni las diversas denominaciones; sino el pueblo que ama a Dios y guarda sus mandamientos.

‘Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’. Aunque Cristo esté aún entre unos pocos humildes, esta es su iglesia, pues solo la presencia del Alto y Sublime que habita la eternidad puede constituir una iglesia” (Alza tus ojos, p. 313). La clave es Jesús en nuestra vida.

Es curioso porque, para Dios, en la iglesia, todos cuentan.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.