Esto dice el SEÑOR, el que te hizo y te formó en el vientre, el que te va a ayudar: “No tengas miedo, Jacob, siervo mío, Jesurún, mi elegido.
Isaías 44:2, PDT.
El capítulo 44 de Isaías declara que ningún dios pagano tiene la capacidad de crear vida, sino solamente el Dios de Israel; de ahí la expresión: “Hacedor tuyo, y el que te formó desde el vientre”. Son declaraciones que contradicen la teoría de la evolución. Dios dice: “Yo te formé, siervo mío eres tú; Israel no me olvides” (vers. 21).
Y también: “Así dice Jehová, tu Redentor, que te formó desde el vientre” (vers. 24). La razón del incremento de ataques de pánico entre la población de hoy en día podría ser que, como sociedad, hemos olvidado quién nos creó. Quienes no confían en Dios necesitan enfrentar el miedo solos, por eso tantos libros de autoayuda, autoconfianza, y autoestima.
Dios llama a su pueblo por el término “Jesurún”, del hebreo Yĕshuruwn, un nombre cariñoso, poético y tierno para Israel que quiere decir “recto”, “bueno”, “honesto” o “mis pequeños justos”.
Dios, como un buen padre, escogió un diminutivo que motivara a sus hijos. ¿Qué diminutivo usaron tus padres contigo? Mi madre me llamaba “Mi prenda”, seguramente queriendo decir con ello que yo era de gran valor para ella. Para los padres, los hijos nunca crecen, así que para Dios seguimos siendo sus hijitas.
En Isaías 44:5 Dios muestra su deseo para con nosotros: “Este dirá: Yo soy de Jehová; el otro se llamará del nombre de Jacob, y otro escribirá con su mano: A Jehová, y se apellidará con el nombre de Israel”. Era común en tiempos del Antiguo Testamento y en las culturas del Antiguo Cercano Oriente que el esclavo llevara el nombre de su dueño en su mano.
Dios espera que sus siervos fieles estén orgullosos de pertenecerle y llevar su nombre. Pero el inagotable amor de Dios va aún más allá. Dios mismo ha grabado nuestro nombre en sus manos: “He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros” (Isa. 49:16).
Jesús escribió tu nombre en sus manos con sangre el día que se las clavaron en la cruz, y llevará esa señal por la eternidad.
Cristo “llevó esa humanidad consigo a los atrios celestiales y la tendrá a lo largo de los siglos eternos, como Aquel que ha redimido a cada ser humano en la ciudad de Dios, Aquel que ha rogado ante el Padre: ‘Los tengo esculpidos en las palmas de mis manos’.
Las palmas de sus manos llevan las marcas de las heridas que recibió” (ELC, p. 15).