Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Mateo 28:19.
Era verano, y había vuelto a casa de mis padres. Muy temprano, fui al banco. En la entrada dije de parte de quién iba y en breves instantes me atendió el director de la sucursal con una amabilidad que me resultó extraña.
“Así que eres el hijo de Justo, el mellizo de Juan Ramón, los que viven en el Ejido de Belén”. “Sí, señor”, contesté con una mezcla de halago y responsabilidad. Recuerdo con agrado el resto de la cita.
El Señor no nos envía a realizar la misión en nuestra sociedad sin su aval. No tenemos que enseñar y bautizar por nosotros mismos, sino por él. Realizar tal tarea en nombre de la Trinidad es un honor4errr y una responsabilidad.
Ir en nombre del Padre implica ser hijos de Dios. No hay nada en este mundo mejor que ser clasificado de esa manera, porque implica el cariño, la protección, el sustento y el poder del Señor del Universo.
Nuestro Padre es el Rey de reyes, y eso nos convierte en príncipes. Al ser reconocidos como los hijos de Dios tenemos un nombre que mantener, porque nuestro Padre no merece que se lo cuestione por nuestras acciones.
La mayoría de los ateos que he leído, incluido el mismo Bertrand Russell, no ven bien a Dios debido a los actos de sus hijos. Seamos de tal manera que se despierte la fe de las personas.
Ir en nombre del Hijo implica ser hermanos en Cristo. No hay nada en este mundo mejor que vivir en fraternidad y tener un hermano mayor como Jesús. Los mayores son modelos de los pequeños, y Cristo es el Modelo de los modelos.
Los hermanos, en su condición natural, se quieren, comparten alegrías y tristezas, se apoyan en todo momento. Jesús, a quien le gusta trabajar en equipo, nos ha propuesto que intentemos ser lo más parecidos a él porque así mucha gente tendrá la oportunidad de ver buenos ejemplos. Seamos de tal manera que se concrete lo correcto ante las personas.
Ir en nombre del Espíritu Santo implica que resida en nuestro corazón. No hay nada en este mundo mejor que tener la plenitud del Espíritu, porque siempre hay consuelo.
El Espíritu nos hace mejores personas, nos da sabiduría, nos enseña a amar y a crecer. Vivir en el Espíritu ayuda a que muchas personas reconozcan que es un ser tan delicado y poderoso como para anhelar que habite en ellas.
Somos gente de renombre. Implica algunas responsabilidades, pero ¡qué privilegio!