Esto es bueno y agradable delante de Dios, nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.
1 Timoteo 2:3, 4.
Hay un dicho que indica cuáles son las tres cosas que debiéramos hacer en la vida: “Escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo”. Cada propuesta manifiesta una faceta del deseo del ser humano de ir más allá del tiempo que le ha tocado, aunque sea en la memoria.
Ante la desaparición del concepto de eternidad por el materialismo, se produce una reacción incorrecta pero comprensible: disfrutar del presente. Así que, podemos encontrar multitud de ideas sobre “cosas que hacer antes de morir”. Algunas, predecibles (viajar, probar las comidas más exóticas, aprender otro idioma); otras, superestimulantes (nadar en la piscina del diablo en Zambia, hacer puenting, independizarse); y algunas, extrañas (ordeñar una vaca, resolver el cubo de Rubik, jugar al paintball).
Nosotros, sin embargo, tenemos la gracia de creer en la vida eterna, por lo que no debiéramos estar preocupados por trascender, ya que estaremos ahí siempre. Tampoco de vivir solo en el presente, porque no nos faltará el tiempo. Con esa manera de pensar, te pregunto: ¿Qué tres cosas harías antes de llegar a la vida eterna? Te doy un minuto. ¿Difícil? Un minuto más…
Cuando me hice esta pregunta, entendí conceptos sobre la misión, el tiempo y lo realmente importante. Las cosas que yo haría son muy parecidas entre sí. Primero, iría a cada uno de mis familiares y amigos y les diría cuánto los quiero, y una vez más compartiría mi fe con ellos. Segundo, hablaría de Jesús a todas las personas, porque así tendrían el consuelo que yo tengo. Tercero, invertiría mis recursos y capacidades en ayudar a los necesitados, me comprometería con causas reales.
No sé cuáles son tus tres cosas (y me muero de curiosidad por saberlo), pero estoy seguro de que te imaginas qué pregunta te voy a hacer ahora: ¿Lo estás haciendo? Reconozco que yo no siempre lo hago.
En ocasiones prefiero escribir un libro o vivir una emoción intensa que ser misión, ser instrumento, ser vida. Me duele esta disonancia, y pido a Dios más coherencia. Puede que a ti te pase algo similar, puede que no; sea como sea, no podemos olvidar que llevamos escrito en nuestros genes el valor de la eternidad y que eso debe marcar nuestras acciones.
Por cierto, tendremos todo el tiempo del mundo para que me cuentes esas tres cosas.