No tengan miedo del rey de Babilonia. Pueden estar seguros de que el Dios de Israel va a protegerlos y a salvarlos del poder de ese rey.
Jeremías 42:11, TLA.
Muchos judíos regresaron de los países donde se habían refugiado (ver Jeremías 40:11 y 12). Volvieron a sus actividades agrícolas y se acostumbraron a servir al rey de Babilonia. Cuando se enteraron de que los amonitas tenían planes para matar al nuevo gobernador, Gedalías, uno de los oficiales del ejército unió a los pocos pobladores y decidieron huir a Egipto, pero antes fueron a consultar al profeta Jeremías, y prometieron que obedecerían lo que Dios ordenara.
El pedido de estos hombres no era sincero. Aunque eran judíos, se referían a Jehová como si fuera un dios ajeno: “Ruega por nosotros a Jehová tu Dios” (Jer. 42:2). El humilde profeta les contestó prudentemente: “He aquí voy a orar a Jehová vuestro Dios” (vers. 4). Habían prometido obedecer, pero tenían otros planes.
¿Por qué pedir la voluntad de Dios si no estamos dispuestos a seguirla? No pidas a Dios que dirija tus pasos si no estás dispuesta a mover tus pies en función de lo que él disponga.
Jeremías les aconsejó quedarse bajo la tutela babilónica: Dios obraría y el rey los trataría con piedad; pero decidieron huir a Egipto por miedo a ser acusados de la muerte de Gedalías. El miedo siempre lleva a malas decisiones. En Egipto se encontraron con hambruna y muerte, aunque parecía seguro, pacífico y con abundantes cosechas. Confiaron más en ellos mismos que en el consejo divino. El miedo y la duda terminaron en terquedad. Dios les aseguró cuáles serían las consecuencias si rechazaban su mensaje: “Sucederá que la espada que teméis os alcanzará allí en la tierra de Egipto, y el hambre de que tenéis temor, allá en Egipto os perseguirá; y allí moriréis” (Jer. 42:16).
¿Para qué orar si al final haces tu propia voluntad? ¿Será que crees que, si Dios ve tu firme voluntad, te bendecirá? Los males que los judíos habían intentado evitar mediante la decisión de irse a Egipto, los alcanzaron. Perdieron su dignidad frente a los egipcios: habían salido de allí por la mano salvadora de Dios, ahora volvían como abandonados de Dios.
Las indicaciones divinas pueden ser ignoradas, pero no por eso son anuladas; no se puede huir de la presencia divina ni de las consecuencias de ir en contra de su consejo.
“Cuando los hombres dejen de depender de los hombres, cuando hagan de Dios su eficiencia, se manifestará más confianza mutua. Nuestra fe en Dios es sumamente débil y nuestra confianza mutua es demasiado exigua” (1MCP, p. 261).