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Ni Peter Pan ni Wendy

Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.

Romanos 15:2.

Seguramente habrás escuchado alguna vez que las personas que no quieren crecer y que llevan una vida irreal y caprichosa son catalogadas con el “síndrome de Peter Pan”. Como en la novela de James Matthew Barrie, la persona afectada por esta enfermedad prefiere vivir en el infantilismo, en el razonamiento mágico y en la dependencia de otros. Y para que haya un “Peter Pan” hace falta que otra persona asuma el papel de “Wendy”.

Eso quiere decir que hay otras personas que mantienen esa situación con su apoyo, su trabajo, y asumiendo las responsabilidades del que no se quiere comprometer. Pues bien, hoy quiero hablarte del “síndrome de Wendy”, porque tiende a confundirse con una virtud cristiana cuando no lo es.

¿Cómo detectar a una persona con este problema? Es fácil. Primero, por cuestiones culturales o religiosas, entienden que el amor es equivalente a sufrimiento y sumisión. Además, su tendencia es a evitar situaciones de tensión y procuran impedir que los demás se enojen o se sientan incómodos. Tienen una enorme obsesión por agradar a todas las personas de su entorno. Cuando son pareja, olvidan su función de esposo o esposa, y adoptan un talante paternal o maternal.

No les importa humillarse para evitar situaciones adversas. Piden perdón aunque no sean culpables de lo sucedido. Y, algo clave, dependen de la aceptación social y se deprimen cuando la atención que esperan recibir no se les da.

Pablo, evitando esa tendencia nociva, sugiere cómo agradar para hacer las cosas de forma equilibrada. Propone, primeramente, que agradar a los demás debe ser en lo bueno. Justificar un error de un hijo puede agradar, pero no es bueno. Un error es un error y reconocerlo permite cambiar.

Excusar a alguien amado cuando vive irregularmente es mantener la irregularidad. Lo bueno nos hace mejores, no nos perpetúa en la equivocación. Segundo, hay que agradar con el objetivo de edificar. Agradar es una actitud que nos debe llevar a construir. Para construir bien, a veces se debe destruir algo; muchas veces, remozar algo. Y siempre, poner fundamentos, cimientos, en la construcción. Una casa puede ser muy hermosa, pero sin una buena base es un peligro.

Nuestro mundo camina hacia una epidemia de peterpanismo y no somos llamados a ser Wendys. Somos llamados a ser amables, pero a construir sobre Cristo, lo que nos lleva a respetar a los demás como personas, dejándolos crecer; y a respetarnos a nosotros mismos como seres humanos, dejando las sumisiones.

Hemos de ir hacia lo bueno, edificando como corresponde.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.