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Una pastilla de jabón muy especial

¿Con qué limpiará el joven su camino? ¡Con guardar tu palabra!

Salmos 119:9.

Hace unos años, en el 25 aniversario de nuestro matrimonio, viajé con mi esposa a Singapur. Queríamos conocer lo que implica Asia, y pocos países como ese para tal experiencia.

Hay muchas cosas que quedaron en mi memoria: el extraño pico del cálao bicorne, la variedad de orquídeas, la limpieza de las calles, la multitud de dioses y budas, el sabor del durian y… las pastillas de jabón de nuestro hotel. Ya, ya sé que puede resultar curioso, pero así es.

Tras viajar por países de diferentes continentes, debo afirmar que aquellas pastillas de jabón son de las mejores que he probado. Su textura era sedosa; su olor, afrutado y tímidamente fresco. Hacían la espuma justa y aportaban una suavidad que permanecía todo el día. Y además, por si fuera poco, limpiaban. No tengo ninguna duda, fue excepcional.

El salmista no es indiferente a la realidad de la juventud y sabe que mantenerse puro es muy difícil. Hay tantas tentaciones, tantas pulsiones, tantas hormonas desatadas y con deseos de dar un golpe de Estado a nuestra vida… El vigor se cuela por cada célula de nuestro ser y falta tiempo para vivirlo todo. Sí, todo.

Ese todo que te deja marcas de confusión, que ensucia tu alma por doquier, que mancha aquello que toca y genera frustración y culpa. Y una vez que ha sucedido, ¿qué? ¿Cómo afrontar el hecho de que ya no somos tan puros, tan inocentes? Pareciera una labor imposible.

Recuerda, sin embargo, que Dios es el Dios de lo irrealizable, que no hay pecado que se le oponga y te propone el mejor jabón del universo. Sí, porque para Dios, si te equivocas, solo debes arrepentirte de verdad y cambiar. Él lo borra todo. Te limpia de la mancha más intensa.

¿Cómo comenzar ese cambio? Usando, junto a Jesús, el “jabón” de la Palabra de Dios. A pesar de lo que muchos dicen, es de una textura sedosa y llega al ser con un silbo apacible, con un susurro divino, sin aspavientos, con el fresco del Espíritu.

Y tu vida te huele de otra manera, a vida, a esperanza. Y observas que se producen los cambios justos, sin radicalismos ni superficialidades, en equilibrio. Y sientes la suavidad de lo divino cada momento del día. Y sabes con certeza que estás más limpio, que tu camino está libre de interferencias, que lo puro es posible.

¿Qué quieres que te diga?, no hay un solo jabón de Singapur que se le parezca. Es lo mejor del universo en limpieza.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.