Les digo que no volveré a beber de este producto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.
Mateo 26:29, DHH.
¿Alguna vez has escuchado la expresión “amor platónico”? Esta icónica frase se originó en el siglo V a.C., cuando el poeta Agatón organizó una cena en la antigua Grecia. Después de haber comido y bebido, los participantes empezaron a improvisar elogios a Eros, el dios del amor en la mitología griega.
Cuando le tocó el turno a Sócrates, según cuenta Platón, este decidió no elogiar a Eros, sino contar todo lo que sabía del amor. Gracias a esa tertulia, y a lo que de ella nos ha quedado escrito, aquella cena organizada por Agatón se ha convertido en una de las más famosas e influyentes comidas de todos los tiempos, que se conoce simplemente como “el banquete”.
El Nuevo Testamento relata la historia de otra cena, donde de verdad se expresó el amor más sublime. Me refiero a la Última Cena. El jueves antes de su crucifixión, Jesús “se sentó a la mesa con los doce” (Mat. 26:20). Sentarse a la mesa con alguien conllevaba la idea de amistad y compañerismo, de que había una relación cercana entre los comensales.
Y mientras disfrutaba de ese banquete nuestro Señor declaró una de las promesas más hermosas de toda la Biblia: “Les digo que no volveré a beber de este producto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre” (Mat. 26:29, DHH).
Sí, llegará el día cuando el Señor y nosotros beberemos juntos “el vino nuevo” que Dios ha preparado en su reino. Y sabemos que estaremos con él en ese reino maravilloso porque él está con nosotros aquí y ahora (ver Mat. 18:20; 28:20).
Han pasado casi dos milenios desde aquella sencilla cena compuesta por pan y vino, y hoy más que nunca nuestros corazones necesitan creer que muy pronto podremos disfrutar de un grandioso brindis en el banquete celestial.
La cena celebrada hace dos mil años en aquella humilde habitación de la ciudad de Jerusalén hizo posible que hoy tú y yo podamos estar entre los bienaventurados que han sido invitados “a la cena de bodas del Cordero” (Apoc. 19:9).
Jesús sigue fiel a lo que prometió: esperará hasta que pueda estar contigo en esa cena.