Llévame por el camino de tus mandamientos, pues en él está mi felicidad.
Salmos 119:35, DHH.
Sigamos hablando sobre la felicidad. En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, los padres fundadores declararon: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Como muchos consideran que ser feliz es un derecho inalienable a la condición humana entonces procuran por todos los medios disfrutar de ese derecho.
Hace un tiempo leí una entrevista que la BBC le hizo al psicólogo Edgar Cabanas, coautor del libro Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestra vida, en la que el doctor Cabanas explicaba cómo la búsqueda de la felicidad se ha tornado en una adicción para la gente del siglo XXI.
Además, agregó que las falsas promesas sobre la felicidad nos han convertido en seres egoístas, que vivimos “obsesionados con nosotros mismos, con nuestros pensamientos y emociones”.
Hemos caído en una especie de adoración a los gurús de la felicidad, esos especialistas en autoayuda que nos ofrecen todos los supuestos secretos que nos ayudarán a vivir esa dicha tan anhelada.
La Palabra de Dios habla mucho sobre la felicidad, la genuina, la que excede al simple derecho humano. Define a una persona feliz con estas palabras: “Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los que se burlan de Dios” (Sal. 1:1, DHH).
Más adelante, el salmista nos presenta la ruta que lleva a la felicidad: “Llévame por el camino de tus mandamientos, pues en él está mi felicidad” (Sal. 119:35, DHH). Hay quienes ven en los mandamientos un obstáculo para sentir placer, pero los “mandamientos no son una carga” (1 Juan 5:3, DHH).
Reclamamos nuestro derecho a la felicidad, pero no queremos asumir las responsabilidades que conlleva ese derecho. Si queremos ser felices hemos de estar en armonía con Dios y con sus mandamientos.
La esencia de la felicidad no radica en cómo me siento yo, sino en qué estoy haciendo. No es sentirme bien, es hacer el bien lo que me hará feliz.
Si de verdad quieres ser una persona feliz, te invito a transitar el camino de la ley divina, pues en ese camino está la felicidad.