Nuestro Dios, a quien adoramos, puede librarnos de las llamas del horno y de todo el mal que Su Majestad quiere hacernos, y nos librará.
Daniel 3:17
La decisión de los jóvenes de permanecer de pie fue personal, no dependió de que se pusieran de acuerdo. En el aspecto espiritual, las decisiones diarias son personales, no dependen de lo que diga la mayoría ni de que te pongas de acuerdo con un grupo.
A pesar de que fuera de ellos todos se arrodillaron en respuesta a la orden del rey, su fe no dudó, porque la fe no depende del estado de ánimo, de las circunstancias, ni de las consecuencias. La fe es la relación de confianza que desarrollamos con Dios y que se fortalece cada día un poquito más.
La fe también está apoyada en las promesas bíblicas. No depende del razonamiento humano o de una explicación excelente. El apóstol Pablo escribió: “Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios” (Rom. 8:38). Cuando somos amigos de Dios, descubrimos que esa relación se hace indestructible, no desaparece por una amenaza, no se esconde por una multitud, ni se deja influenciar por un evento.
Esta fue la experiencia de los tres jóvenes. Desde su niñez aprendieron los Diez Mandamientos: “No tengas otros dioses aparte de mí […]. No te inclines delante de ellos ni les rindas culto” (Éxo. 20:3, 5). Ahora estaban preparados para la prueba. Hasta demostraron estar dispuestos a morir si Dios no intervenía. Su respuesta casi enloqueció al rey, que creía tener el derecho de obligar a las personas en cómo adorar y a quién.
Jesús apareció en el horno de fuego y los libró milagrosamente. El rey casi no lo podía creer. El evento que se había organizado para que todos adoren a una persona fue recordado porque un cuarto personaje apareció en el horno acompañando a los jóvenes fieles.
Al regresar a sus hogares, ninguno de los asistentes hablaría de la grandeza del rey, la estatua o el evento, sino del Dios verdadero. Esta puede ser tu experiencia también. Solo esfuérzate por ser amigo de Dios y tener una relación de confianza con él. Dios se ocupa del resto.