Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo 5:3.
Cristo comienza el Sermón del Monte con una bienaventuranza políticamente incorrecta para nuestra sociedad. Creemos que lo relevante son la cantidad de cosas que poseemos, las capacidades que hemos adquirido o las posibilidades que tenemos, y parece ser que estamos equivocados. Lo que sucede es que los valores no tienen la misma categoría en el Reino de los cielos que en nuestros pequeños dominios.
Cuando Jesús menciona a los pobres está, en primer lugar, refiriéndose a los anawim del Antiguo Testamento, a los marginados de las sociedades, a los que solo les queda la posibilidad de agacharse y someterse, a aquellos que no tienen nada. En esencia, a los abandonados. Cuando habla de “los pobres de espíritu” se detiene en esa actitud de vida que consiste en abandonar lo superfluo, lo innecesario, para valorar de forma adecuada lo realmente importante: Dios.
Parece misterioso, pero es así. Cuando eliminas todo lo que interfiere entre tú y Dios, solo te queda él y eso te da una plenitud inimaginada. Dejar a un lado el amor a las cosas, desapegarte de las nostalgias del pasado (a veces esclavizantes), proponer que tu voluntad exista con minúsculas y su Voluntad con mayúsculas, son acciones que, a los ojos de los habitantes de este mundo, parecerían ilógicas, pero que te hacen ciudadano del Reino de los cielos.
Cuando oramos pidiendo que “venga tu reino” o que “se haga tu voluntad” estamos poniendo palabras a esta actitud. Es como si dijéramos que ya no tenemos interés en lo superficial de lo que nos rodea y que deseamos algo más trascendente.
O que tenemos muchos intereses que no vamos a potenciar si no es lo que le agrada al Señor. Claro que esto que te estoy comentando no es muy positivo si no nace del amor a Dios. Si abandonas lo que te gusta por obligación, vivirás una religión opresiva, pero si surge de un reconocimiento de su cariño y de una respuesta cariñosa, las cosas son muy distintas. Fluye el amor que suple cada necesidad de la vida. Es misterioso, pero es así, desde la nada se llega a todo.
No te pediré que realices una locura económica, eso no sería mayordomía. Te ruego que hagas una verdadera revolución espiritual. Reflexiona sobre qué te importa en la vida y cuánto valor le das.
Reflexiona sobre cuánto de todo eso no interfiere en tu relación con Dios. Reflexiona, a fin de cuentas, sobre cuánto amas a Dios. Y, después, acepta la oportunidad de ser un ciudadano del Reino de Dios.