Tan pronto la nube se apartó del Tabernáculo, María se llenó de lepra, y tenía la piel blanca como la nieve.
Números 12:10.
La discromatopsia es una enfermedad en la que el paciente no ve algunos colores. No es tan usual en su padecimiento físico como en el social. Hay muchas personas que solo ven algunos colores: blancos, amarillos, rojos y negros (y tristemente en este orden).
María era una de esas personas quizá porque se había relacionado con esa clase de egipcios que eran muy elitistas o porque tenía un hermano que había vivido en la corte de Faraón. No le cayó nada bien que su hermanito, al que había cuidado desde lo de la cesta en el río, se casara con una persona de un color más oscuro que ella.
No se contentó con tener prejuicios, sino que comentó el asunto con unos y otros. Y la injusticia de los estereotipos se extendió por el campamento. Tan grave fue la situación que Dios intervino. María se sentía superior porque era de piel más clara y el Señor quiso darle una lección. La puso blanquísima… eso sí, de lepra.
¡Qué lección para María! Y aprendió que a Dios no le importan los colores. A él le gusta cada tono del espectro cromático. Angélica Dass es una fotógrafa brasileña muy especial. Nació en una familia en la que, tal y como ella lo relata, su padre era de tono chocolate oscuro.
La madre de su padre, de piel porcelana, con el pelo algodonoso. Su abuelo paterno, de color yogur de vainilla y fresa, al igual que su tío y su primo. Su madre era color canela y la madre de su madre tenía un tono miel.
El padre de su madre era café con leche y sus hermanas eran de tono cacahuete tostado y beige panqueque. Nunca hubo problemas de color en su familia, y no sintió el racismo hasta que fue a la escuela. Allí, con suma tristeza, descubrió que para algunas personas solo hay cuatro colores.
Angélica creció, y además de casarse con un español de piel mediterránea, se hizo fotógrafa y decidió hacer retratos de todas las tonalidades de las personas, demostrando la belleza de cada color. Su proyecto (“Humanae”) es un canto a la variedad y, a mi parecer, a la creatividad de Dios.
¡A Dios le gustan los colores! María fue blanquísima una semana y volvió a su tono habitual. Estoy seguro de que ni ella ni los que la rodeaban olvidaron la lección acerca del racismo.
Me gustaría imaginar que se acercó a su cuñada, le dio un enorme abrazo y le dijo: “Me encanta lo alegre que eres y el bronceado tan espectacular que tienes”.