Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros.
Juan 20:19
María contó a los discípulos su grandiosa experiencia, pero los discípulos dudaron. No creyeron su testimonio. Amaban a Jesús, lo extrañaban, les dolía la separación, pero les faltaba fe para creer que había resucitado. Su miedo hizo que durante un día entero prefirieran lamentar antes que creer. Jesús se le apareció a María en la mañana del domingo, y hasta en la noche apareció ante los demás discípulos.
Jesús se apareció cinco veces el día de su resurrección: a María Magdalena (Mar. 16:9); a las otras mujeres (Mat. 28:8, 9); a Simón Pedro (Luc. 24:34); a los dos que iban caminando a Emaús (Mar. 16:12, 13); y, finalmente, a diez de los discípulos (Juan 20:19).
El miedo te encierra y te aleja de muchas oportunidades; no dejes tu destino en sus manos. Esconderse para sentirse seguro es una reacción del miedo, y fue lo que hicieron los discípulos. El último mensaje que Jesús les había dado fue que no tuvieran miedo y que recibieran su paz. La paz es opuesta al miedo: donde hay miedo no hay paz, y donde hay paz no hay miedo.
La puerta del cuarto donde se escondían estaba trancada, pero Jesús vino y se presentó delante de ellos. ¿Cómo entró Jesús en la habitación? Él ya no estaba limitado por un cuerpo, y las puertas no eran una barrera para encontrarse con su puñado de discípulos temblorosos. Los discípulos imaginaron que Jesús los reprocharía por haber desertado tan cobardemente el viernes, pero sus primeras palabras fueron: “Paz a vosotros”.
Qué buena noticia es saber que Jesús puede traspasar puertas y encontrarte donde estés, llena de miedo, y compartir su paz y su calma perfecta contigo: “Aquellos que aceptan la palabra de Cristo y confían sus almas a su cuidado y sus vidas a su ordenación, encontrarán paz y quietud. Nada en el mundo podrá ponerlos tristes siendo que Jesús les da gozo con su presencia.
En la perfecta conformidad hay perfecto descanso. […] Cuando recibimos a Cristo en el alma como un huésped permanente, la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará nuestros corazones y mentes.
No hay otro fundamento de paz sino este. La gracia de Cristo, recibida dentro del corazón, domina la enemistad, apacigua la contienda y llena el alma con amor” (ELC, p. 251).