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El reflejo en el iris

Lo halló en tierra de desierto, en yermo de horrible soledad; lo rodeó, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo.

Deuteronomio 32:10.

Muchos modelos de actuación surgen de la Biblia. Cuando Dios procede, es bueno observarlo. Es el caso de Deuteronomio 32:10, donde se relata cómo tomó al pueblo de Israel y lo cuidó. Las tres etapas de su comportamiento nos dan una buena pista para el desarrollo de nuestra solidaridad.

Tal y como sucede en la actualidad, los procesos solidarios comienzan con la identificación de una necesidad a la que atender. Israel era un pueblo que se hallaba en la confusión, en el desierto de la identidad, sin conocerse a sí mismo. Los peligros le circundaban (en el original dice literalmente que estaba solo pero rodeado de aullidos) y se sentía amenazado.

Tenía, en este caso, necesidad de identidad y de protección. Y Dios procede en consecuencia. Primero, rodea a su pueblo. No es que merodee a su alrededor, sino que extiende sus brazos creando un espacio seguro. Es una actitud bien paternal, muy cariñosa. Dios pone su cuerpo, rodea con sus brazos para proteger al que ya está bastante lastimado.

Nuestra primera misión en la solidaridad es mitigar los factores que hacen daño. Cada situación precisará una acción distinta. Hay hambre, pues habrá que comenzar alimentando. Hay violencia, pues habrá que evitar más agresiones. Hay pobreza, pues habrá que proporcionar recursos. Sea como sea, hay que abrazar al necesitado.
En segundo lugar, enseña.

No solo da el pez sino que le muestra cómo se puede pescar. El desarrollo de la autogestión es una bendición para las personas. Hay que instruir con practicidad y de forma contextualizada. Educar no solo mejora el momento sino que modifica el futuro, cambia sociedades.

En tercer lugar, cuida. Y Dios nos cuida como a su pupila, como a la niña de sus ojos. Esa expresión en el Próximo Oriente significa que nos cuida como lo más valioso de su ser, sus pupilas. ¿Sabes por qué se llama así? Porque los romanos veían reflejada una pequeña figura, una niñita, en los iris de los demás.

Pues bien, la figura que aparece en el iris de Dios somos nosotros, es nuestro reflejo. Dios no deja de mirarnos, de prestarnos atención. Siempre nos cuida. Y nosotros hemos de proceder así porque la solidaridad no funciona por antojos sino por interés continuado.

Abraza. Enseña. Cuida. No es tan difícil de recordar y si Dios lo hace, será por algo.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.