Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.
Isaías 6:8.
Isaías tuvo el privilegio de contemplar una de las visiones más espectaculares acerca de Dios. Fue testigo de la presencia del Altísimo en el Templo, vio volar a los serafines, vio cómo todo se llenaba de gloria y se sintió inmensamente diminuto.
Tras semejante majestad hubiera preferido el silencio, la solemnidad de la quietud. Pero Dios, rodeado de seres celestes, hizo una pregunta: “¿A quién enviaré?” Isaías podía haber pensado que respondieran los ángeles ante el llamado, eran más puros que él y mejor en todo.
Pero no, entendía que esa pregunta iba dirigida a un siervo de Dios y respondió como responde un buen siervo: “¡Aquí estoy! ¡Cuenta conmigo!” Y vaya si lo hizo, fue uno de los profetas que más años mantuvo su profesión.
¿Cuál fue su secreto? Él se puso al servicio de Dios y, curiosamente, comprendió que quien más servía era Dios a su pueblo. De las quince veces que aparece la palabra “¡Aquí estoy!” en el libro de Isaías, solo en esta ocasión la menciona un hombre.
El resto de veces que se encuentran registradas en el libro hacen referencia a promesas o acciones del Señor. Y hay textos mesiánicos como: “Aquí estoy, poniendo en Sión como base una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable. El que crea, no se apresure” (Isa. 26:18).
O textos en los que se presenta como el gran Médico: “Ve y dile a Ezequías: Jehová, Dios de tu padre David, dice así: He oído tu oración y he visto tus lágrimas; y, aquí estoy, añadiendo a tus días quince años” (Isa. 38:5). O promesas de compromiso verdadero: “Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: ‘¡Aquí estoy!
Si quitas de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador y el hablar vanidad, si das tu pan al hambriento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz y tu oscuridad será como el mediodía”.
Jehová te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos. Serás como un huerto de riego, como un manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan” (Isa. 58:9-11). Y es que Dios es así, nada más encontrar un voluntario para mejorar este mundo, ya se compromete con él hasta las últimas consecuencias.
Hoy, rodeado de su corte de ángeles, vuelve a mirar hacia la Tierra y se pregunta de nuevo: “¿A quién enviaré?” Sabes que la pregunta va por ti, ¿qué le contestarás?