¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios.
Apocalipsis 19: 1
Vivo en una granja productora de leche en el suroeste de Inglaterra. Un domingo llamó a la puerta de la casa, despertándonos a mi esposo Brent y a mí.
Colin, un vecino, nos dijo que si podíamos salir de la casa en cinco minutos presenciaríamos un «acontecimiento que ocurre solo una vez al año». Así que tomamos nuestros abrigos y la cámara, y nos encaminamos al corral de la parte superior.
Aquí en Cornualles, donde hace frío gran parte del año, las vacas (que son siete) pasan los meses de invierno en un establo semicerrado.
En los establos las alimentan y las cuidan, pero no tienen mucho espacio para moverse.Con todas esas vacas en un recinto cerrado, ya te puedes imaginar que el olor es bastante fuerte. Pero en primavera, cuando los campos empiezan a secarse, se las deja salir para que se alimenten y tomen el sol.
Ciertamente no estábamos preparados para lo que vimos. Cuando Colin abrió la puerta del granero, al pie de la colina, las vacas salieron corriendo y retozando por el camino hasta el campo cubierto de hierba. Saltaban alegremente y mugían ruidosamente dirigiéndose hacia el verde pasto.
Eran como niños que por fin salen al recreo. Se daban cabezazos, se revolcaban por la hierba, se perseguían y mugían sin parar. Era un espectáculo y una algarabía asombrosos.
Aquella experiencia me hizo pensar en el cielo. Estar aquí en la tierra, rodeados de pecado, desdicha y oscuridad, es como estar atrapados todo el invierno en un granero maloliente.
Me muero de ganas de que llegue el día en que podamos correr, saltar, reír y cantar para entrar en el cielo, y caer en aquel pasto perfecto ante el trono de Dios.
Joelle.