Si tenemos una visión estática de las personas, tendremos una visión estática de la historia.
Wayne Pacelle
En 2007, la meteórica carrera de Michael Vick se frenó en seco. Este jugador de fútbol americano, elegido en 2001 como número uno del draft, admitió haber organizado peleas de perros en su casa y haber matado a más de sesenta perros, ahorcándolos o ahogándolos.
Tuvo que pagar una multa millonaria y pasar 21 meses en la cárcel. Tal vez estás pensando: “¡Qué bárbaro! Yo nunca haría algo así”. ¿En serio? ¿Será que las mentiras que cuento (y justifico como necesarias), las fantasías sexuales que tengo (y no llevo a la práctica por falta de oportunidad), o la imagen que proyecto (calculada para que crean que soy algo que no soy) son barbaridades menores que el maltrato animal? Francamente, no creo. Todas provienen de la misma falta de concepto, de mi necesidad de renovación del entendimiento (ver Rom. 12:2).
“Yo nunca haría algo así” fue lo que pensó Wayne Pacelle, presidente de la Sociedad Humana de los Estados Unidos, una organización que procura el bienestar de los animales, cuando Michael lo llamó para pedirle colaborar con su organización. En primera instancia, Wayne se sintió tentado a negarle lo que le pedía; pero una reflexión profunda le hizo cambiar de idea. “¿Acaso no es mi responsabilidad dar segundas oportunidades?”, pensó.
Y decidió darle una a esa estrella venida a menos que era un ser humano venido a más. Tendemos a tener una visión estática de las personas. Cuando hacen algo que nos parece una barbaridad, las dejamos petrificadas en el tiempo, retratadas por un solo instante, condenadas para siempre. Les negamos así algo a lo que todos tenemos derecho: una segunda oportunidad, una puerta abierta para que, gracias a nuestra aceptación libre de juicios, se puedan restaurar sus relaciones rotas consigo mismos, con sus semejantes y, sobre todo, con Dios.
Puedo aceptar que la gente cambia porque yo cambio gracias a la obra de Dios en mí. Y en la medida en que yo misma me voy renovando cada día, creo que los demás tienen la oportunidad de avanzar hacia una sensibilidad cada vez mayor. El hecho de que Dios nos utilice —por el simple acto de dar otra oportunidad— para encender esa pequeña llama en quienes se relacionan con nosotras es un milagro que solo puede surgir de quien ve a los demás como obras en progreso, no como productos estáticos, retratados para siempre por un mal momento.
“Si tu hermano peca, repréndelo; pero si cambia de actitud, perdónalo” (Luc. 17:3).