Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes; porque en eso se resumen la ley y los profetas.
Mateo 7: 12
Rufus era un perro guardián que vivía en un concesionario de automóviles. Duante el día estaba atado a su caseta, pero por la noche lo dejaban suelto para que pudiera vigilar todos los automóviles nuevos y relucientes. Como era un perro guardián, su dueño no dejaba que nadie lo acariciara o jugara con él, ya que esto podía confundir a Rufus. Puede parecer que era un poco solitario, pero Rufus estaba muy entretenido. ¿Sabes quién era su mejor amigo? Un cuervo muy grande.
Esta amistad empezó hace unos años cuando el cuervo saltó sobre el plato de comida de Rufus intentando quitarle algún trozo de comida. Le quitaba un trozo y se alejaba del alcance de Rufus. Luego regresaba y colocaba la comida cerca de la nariz del perro. Pero con la misma rapidez volvía a alejarse para que Rufus no lo alcanzara. Rufus aguantó aquella situación porque, aunque al cuervo le gustaba bromear, siempre le devolvía o compartía el trozo de comida.
Un día, el cuervo se cayó a un barril viejo cuando estaba bebiendo. Graznó y luchó, batiendo sus alas en el agua y tratando de agarrar el borde con sus pies. Fue entonces cuando el dueño de Rufus miró por la ventana y vio que Rufus estaba arrastrando su caseta para poder llegar al barril. Cuando consiguió llegar, el perro sacó al cuervo que se estaba ahogando con la boca y lo dejó en el suelo.
Desde ese día, el cuervo dejó de molestar a Rufus; en vez de eso, el cuervo frotaba su brillante cabeza negra contra la cara de Rufus, mientras este le lamía la espalda. De vez en cuando, el cuervo hasta le traía a Rufus algunas cosas brillantes que se encontraba.
Rufus tomó una buena decisión al mostrar bondad a ese cuervo que no paraba de molestarlo. Con la ayuda de Jesús, quizá algún día seas amigo de alguien que hoy te molesta.
Julie.