El camino de Dios es perfecto; la promesa del Señor es digna de confianza.
Salmo 18:30, DHH
El Salmo 18 es un canto de agradecimiento a Dios por la victoria que concedió al salmista en un momento difícil de su vida. Al leerlo, podemos nosotros hoy vivir por anticipado la certeza de que Dios nos dará victorias en los momentos difíciles de nuestro caminar cristiano; victorias para vida eterna que generan en nuestro interior hermosos cantos de agradecimiento.
“El camino de Dios es perfecto”, dice David. “Su obra es perfecta”, leemos en Deuteronomio 32:4. Y el mismo Jesús afirma: “Su Padre celestial es perfecto” (Mat. 5:48). Piensa en ello por un momento. Todo lo que Dios hace es perfecto. No es que a Dios le salen las cosas bien; no es que acierta la mayoría de las veces; es que la definición de “perfecto” es “todo lo que Dios hace”. Aun cuando no podamos comprender por qué suceden ciertas cosas, hemos de confiar en que el camino de Dios es perfecto y su promesa digna de confianza.
Vivimos en una constante búsqueda de lo seguro, de algo o alguien en quien podamos confiar a ojos cerrados; pues bien, ese alguien es Dios. Sin embargo, cuán a menudo nos falta esa inclinación a buscarlo y a hacer como él diga. Probablemente se deba a que no podemos entender cómo es que Dios es perfecto. Quisiéramos que él mismo nos explicara cómo es que dice u ordena y todo sale a la perfección. En este punto, como en todos los demás aspectos de la vida cristiana, es por fe que aceptamos, creemos y avanzamos. Porque, “¿quién conoce la mente del Señor?” (Rom. 11:34, DHH).
Una clave para que lleguemos a aceptar plenamente la perfección de Dios y para que vivamos convencidos de ella, es hacer la prueba de la Palabra. Esto consiste en tomar todo lo que Dios ha dicho en su Palabra y comprobar si se ha cumplido. El propio salmista testificó que la Palabra es acrisolada; es decir, que ha sido sometida al horno, al crisol, y ha salido de él sin perder su esencia. Entonces, y mientras no se demuestre lo contrario, debemos aceptar que Dios es perfecto y someternos por completo a su dirección.
Cuando probemos al Señor, comprobaremos día a día que su camino es perfecto, que su Palabra soporta toda prueba, y que nunca somos más sabios que cuando con humildad aceptamos su señorío en nuestra vida. Porque su voluntad es buena, agradable y perfecta (lee Rom. 12:2).