Y esto no es nada raro, ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz.
2 Corintios 11:14
Pocos estafadores han trascendido tanto corno Víctor Lustig. Su mayor estafa fue la de vender la Torre Eiffel a un grupo de inversionistas, haciéndoles creer que su mantenimiento era tan alto que el gobierno había decidido salir de ella como chatarra. Víctor invitó a seis comerciantes de chatarra a una reunión confidencial en el Hotel de Crillon, uno de los establecimientos más prestigiosos de París, para discutir un posible acuerdo de negocios. Finalmente, André Poisson aceptó el acuerdo y «compró la Torre» , para luego descubrir que había sido estafado.
Otra de sus estafas más comunes era su «máquina de impresión de dinero» . Lustig enseñaba a sus clientes una pequeña caja en la que previamente había introducido tres billetes auténticos de cien dólares, y demostraba cómo era capaz de copiar un billete, aunque para ello se necesitaran seis horas. Pensando que esto le daría grandes ganancias, el cliente compraba la máquina a un alto precio, normalmente más de treinta mil dólares.
Durante las doce horas siguientes, la máquina producía en efecto otros dos billetes de cien dólares, que eran los que Lustig había introducido en la caja, pero después ya solo salía el papel en blanco. En el momento en que los clientes se daban cuenta de que habían sido estafados, Lustig había escapado.
Lo que hace que una estafa sea exitosa es que sus víctimas crean en su autenticidad. Por eso Lustig primero demostraba a sus clientes cómo su máquina era capaz de imprimir dinero y luego los estafaba. Y a ti, ¿te han estafado alguna vez? Si es así, sabes cómo duele ser estafado.
Algo incluso peor es ser estafado en el ámbito espiritual. Las Escrituras presentan que antes de la segunda venida de Jesús, Satanás se hará pasar por Cristo para falsificar su venida. «Llegará con mucho poder, y con seriales y milagros falsos. Y usará toda clase de maldad para engañar a los que van a la condenación, porque no quisieron aceptar y amar la verdad para recibir la salvación» (2 Tesalonicenses 2: 9-10).