Aunque mi padre y mi madre me abandonen, tú, Señor, te harás cargo de mí.
Salmo 27: 10
¿A QUIÉN LE CUENTAS TUS PROBLEMAS? Un estudio publicado en el año 2006 repitió una investigación realizada en 1985, que recogió por primera vez datos sobre el número de amigos con los que los estadounidenses discutían asuntos importantes.
Los resultados indican que la soledad se está volviendo cada vez más común en Estados Unidos, ya que casi se ha triplicado el número de personas que no tienen a nadie con quien hablar de los asuntos importantes.
A diferencia de Rodrigo, mi esposo, yo no nací en un hogar adventista. No obstante, comencé a asistir a la iglesia desde muy joven, animada por mi madre y mis dos tíos maternos.
Cuando tenía menos de diez años, ya iba sola a los cultos y, en poco tiempo, la Biblia se convirtió en mi principal libro de estudio, confirmando en mi corazón la certeza de que aquel era el camino de la verdad.
Sin embargo, algo me entristecía. Era frecuente ver en la iglesia a las familias unidas, padres que iban a recoger a sus hijos de sus clases de Escuela Sabática, mientras yo llegaba sin nadie y me sentaba solita.
Un sábado, el pastor pidió a los niños que se acercaran a sus padres y los abrazaran para que las familias estuvieran unidas. Yo me situé al final del todo para que nadie me viera, y dejé que mi pelo me cubriera la cara para que ocultara mis lágrimas. Después abrí mi Biblia y mis ojos se posaron en el versículo de hoy.
Mis padres nunca me abandonaron, pero Dios sabía cómo me sentía en ese momento, y con compasión me mostró que él mismo estaba allí abrazándome.
La soledad en la iglesia pronto fue sustituida por la compañía de familias queridas de hermanos, por las amistades que cultivo hasta el día de hoy y por la certeza de que, aunque en algún momento todos me abandonaren, ¡él nunca lo hará! Espero que esta certeza también reconforte siempre tu corazón.
NO PIENSES ASÍ: «ESTOY SOLO».
PIENSA ASÍ: JESÚS ESTÁ SIEMPRE CONMIGO.