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Madera flotante

Tiene que pedir con fe, sin dudar nada; porque el que duda es como una ola del mar, que el viento lleva de un lado a otro, Santiago 1: 6

En los bosques de todo el mundo crecen millones de árboles. Algunos se usan para obtener madera. Otros se convierten en tablones para construir casas, o alacenas u otros objetos útiles o decorativos. Muchos árboles mueren. Así, yacen en el suelo del bosque y se pudren. Sin embargo, algunos árboles caen o son arrastrados a algún cuerpo de agua. La mayoría de las veces, un río se lleva el árbol hacia un lago u océano. A medida que viaja el árbol, ocasionalmente se atora en un banco de arena o lodo, o en agua poco profunda, y entonces se desprenden algunas ramas.

A medida que esos trozos más pequeños de madera quedan separados del árbol, también se los lleva la corriente. Se desplazan, quizá sobre islas de piedra y tierra. Con tantos golpes, su superficie se alisa. Pierden la corteza y los bordes puntiagudos. Esa es la llamada madera flotante.

Mientras flotan, esos trozos de madera no pueden controlar su destino ni su rumbo. Van adonde los lleve la corriente. También se los puede llevar el viento. A menos que una persona hábil recoja la madera, la trabaje y la convierta en un artículo útil (lo cual sucede muy a menudo), esa madera flotante no sirve más que para fogatas.

Muchos somos como la madera flotante. Seguimos a la multitud. Adonde va, nosotros también. No tenemos propósito, o no queremos ser diferentes. Sin embargo, podemos encontrar el propósito de nuestras vidas si nos ponemos en manos del gran Carpintero. Jesús espera que dejemos de andar errantes y nos pongamos en sus manos. Él nos convertirá en criaturas hermosas.

Te invito hoy a que pongas tu vida en manos de Jesús, el gran Carpintero. Pídele que tome tu vida y te dé una meta y un propósito. Que te convierta en una hermosa criatura hoy.

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