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Una tormenta de nieve… por dos

“Extiende la nieve cual blanco manto, esparce la escarcha cual ceniza” (Sal. 147: 16).

Mi esposo y yo éramos novios desde hada unos meses, cuando sugerí viajar a lowa, donde él podría conocer a algunos de mis parientes. Razoné que sería una manera agradable de celebrar mi cumpleaños en marzo. Él estuvo de acuerdo y tomó prestado el nuevo Ford de su padre.

Llegamos a lowa, recogimos a mis dos tías y salimos hacia la granja del tío Jim para visitar a más familiares. Disfrutamos de la cena y de un rato de compañerismo maravilloso, y la noche llegó demasiado rápido. Cuando los cuatro salimos de la granja, comenzó a nevar suavemente. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que los pocos kilómetros entre el camino rural y la autopista se volvieran imposibles de transitar ya que, a los pocos minutos, los suaves copos de nieve se convirtieron en una tormenta de nieve típica de lowa. Era un sentimiento extraño: parecía que una cortina blanca y pesada caía a nuestro alrededor. Mi novio, que manejaba, temblaba de los nervios. No solo no conocía la ruta sino, además, el torbellino de nieve borraba totalmente la visibilidad del camino.

Mi tía sí conocía la ruta y, cuando notó una leve vislumbre de luz de una granja vecina, insistió en que nos detuviéramos en el acceso. Resultó ser que esa era la casa de quien había sido mí primera maestra en la escuela de campo y su esposo. Ellos fueron excelentes anfitriones, y nos hicieron sentir cómodos para pasar la noche y esperar a que cesara la tormenta. Nos despertamos a la mañana siguiente con el delicioso aroma de un desayuno de campo, y la noticia de que su esposo se había levantado temprano y había limpiado el camino, para que pudiéramos llegar a la autopista. Además, anunció que la autopista ya estaba limpia y podíamos transitar con seguridad. Fueron muy amables con cuatro viajeros desesperados, que necesitaban de refugio durante una tormenta.

Diez años después pasamos por otra tormenta de nieve, esta vez como pareja casada con dos hijos, en el estado de Kansas. Mi esposo era director de una escuela en un pueblo pequeño. Acabábamos de llevar a mi tía hasta la ciudad de Kansas en las vacaciones navideñas, y estábamos camino a casa cuando comenzó la tormenta. Esta vez, estábamos en nuestro propio Ford. Pero, además del peligro de la tormenta que nos rodeaba, la calefacción repentinamente dejó de funcionar. Mi esposo se esforzaba por ver la ruta, mientras yo oraba: “Señor: abre esta cortina blanca para que podamos ver” Y una vez más, experimentamos la protección de Dios en una tormenta de nieve.

RETHA MCCARTY

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