«Serán llamados robles de justicio, plantío del Señor para mostrar su gloria» (Isa. 61: 3).
Esta mañana, miré por mi ventana y vi la belleza lavanda de nuestro árbol de jacaranda, repleto de flores. Los volados extravagantes de azul lavanda se asemejaban a una cascada que fluía libremente desde lo más alto de la magnífica corona del árbol hasta los extremos mismos de las ramas. Cada tanto, alguna flor se desprendía, flotaba cual copo de nieve hasta el pasto, y formaba una alfombra verde y azul.
Detrás del glorioso jacaranda, bailaba un azafrán que la lluvia había hecho crecer, inmaculadamente blanco y fundiéndose en tonos de rosado, en medio del brillante verde del pasto bañado por una tormenta. ¡Cuánta belleza! Cuánto color, contra el cielo azul tormentoso.
Y ¿sabes qué, querida hija de Dios? Esa belleza me recuerda a ti, a tu vida distintiva y apartada para Cristo. Tú eres ese árbol alto que florece, resplandeciente en belleza. Tú eres quien sobresale del resto, e irradia placer y gozo a quienes te ven. Plantada por Dios para mostrar su esplendor.
Al mirar por la ventana, me abruma la belleza que veo y la lección espiritual que me enseña. Un árbol de jacaranda florecido siempre resalta; ni una multitud ni la distancia pueden esconder su vibrante exhibición. Su belleza conquista cualquier paisaje que lo rodee. En el invierno, se lo suele pasar por alto, ya que no tiene hojas y parece desnudo, pero su verdadera belleza yace escondida dentro de sí. Cuando llega la primavera, ¡ahí está! Lo que pasó desapercibido, ahora despierta atención y admiración.
Así sucede muchas veces con las fieles hijas de Dios. Puedes sentir que fuiste plantada en un terreno seco o en un rincón oscuro; o, quizás, enterrada bajo pañales, almuerzos y ropa para lavar. Pero has sido plantada donde estás por el Señor mismo, para que muestres su esplendor. En el momento adecuado, él te hará brillar con una belleza deslumbrante para que todos la vean, y para su gloria.
No te preocupes si sientes que las flores de la vida se están cayendo. Las flores caídas bajo el jacarandá son parte de la belleza única de ese árbol. Cubren el suelo con un encanto reflejado. Todo lo que tocan se transforma.
¡Recuerda el jacaranda!
LYNETTE KENNY
Lecturas devocionales para mujeres 2018
Bendecida – Ardis Dick Stenbakken