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Fernando, el endemoniado

«Pero Jesús le dijo: «Vuelve a tu casa y cuéntales a tu familia y a tus amigos todo lo que Dios ha hecho por ti, y lo bueno que ha sido contigo»». Marcos 5: 19, TLA

MIENTRAS CURSABA EL TERCER AÑO de Teología en la Universidad Adventista de Centroamérica (UNADECA), durante las vacaciones de medio año de 1990, Juan Castillo, que era uno de mis compañeros de estudio, y yo nos dirigimos a San Isidro para colportar. Fuimos bien recibidos por el pastor Javier Molina y su esposa Marta.

Marta nos contó los problemas que estaba teniendo su esposo con un joven recién bautizado en la iglesia, llamado Fernando. Fernando estaba poseído por un demonio y no había forma de controlarlo. Cuando nos recibió en su casa, pensó que su esposo podría tener una ayuda extra en esta lucha contra el demonio si Juan y yo lo acompañáramos a la casa de Fernando. Por supuesto que nosotros no estábamos dispuestos a ir. Pusimos toda clase de excusas para evitar el enfrentamiento con el demonio. No nos sentíamos preparados.

Una tarde, cerca de la hora de la cena, el pastor llegó con un invitado sorpresa. Era Fernando, y para colmo iba a dormir esa noche en la casa con nosotros. Nos pusimos muy nerviosos y decidí dormir en la misma habitación que Juan y dejar que Fernando durmiera solo.

A eso de las 11:15 pm se escucharon unos gritos tan fuertes que sacudieron toda la casa. El pastor entró a nuestra habitación y nos dijo: «Adán y Juan, vengan. El demonio ha poseído a Fernando de nuevo». ¡Imagina el pánico que me invadió! No tenía ni la menor idea de lo que estaba pasando con Fernando, solo escuchábamos sus gritos y lamentos. Recordé que en estos casos es bueno que el endemoniado pronuncie el nombre de Jesús. Así que le dije a Fernando que pronunciará el nombre de Cristo. Aunque le costó mucho, finalmente Fernando pronunció el nombre de Jesús y de inmediato el demonio lo dejó. Eran las 5 a.m. cuando todo volvió a la calma.

Después de aquella experiencia Fernando se dedicó al colportaje, quería contar a otros lo que Dios había hecho en su vida. Ellen G. White nos recuerda que: «El evangelio no ha de ser presentado como una teoría sin vida, sino como una fuerza viva para cambiar la vida». (El Deseado de todas las gentes, cap.86, p. 782).

¿Qué ha hecho Dios por ti para que lo cuentes a otros?

Adán Ramos, Honduras

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