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Una señal en el camino

«Jehová cumplirá su propósito en mí. Tu misericordia, Jehová, es para siempre». Salmo 138: 8, RV95

SIEMPRE QUISE SER PASTOR, sin embargo, al llegar a la preparatoria decidí tomar otro camino. Me entusiasmé con la idea de estudiar medicina. Cuando terminé la preparatoria no pude ingresar a la universidad de inmediato, así que estuve un año sin estudiar. A mediados del mes de mayo del siguiente año, el pastor de mi distrito llegó a mi casa llevando una invitación para asistir al primer programa llamado En busca de un sueño. Me dijo: «¿Te gustaría ir a la Universidad de Montemorelos?». Le dije que sí sin dudarlo. Me respondió: «Prepara tus maletas».

Ese domingo salí de casa muy de madrugada para viajar a la ciudad de Villahermosa, donde abordaríamos el autobús, frente a las oficinas de la Asociación de Tabasco, Mis padres se despidieron de mí y antes de subir al autobús un pastor me preguntó: «¿Qué vas a estudiar?». Le contesté que quería estudiar medicina.

Al llegar a la universidad, después de recibir la capacitación fui asignado para colportar en la ciudad de Nuevo Laredo, Tamaulipas. Después de una semana, regresé a la universidad para presentar el examen de admisión a la Facultad de Medicina. La semana siguiente recibí un mensaje con el resultado del examen. Tristemente no había aprobado. Esa tarde me sentí derrotado, las ilusiones de ser un buen doctor se habían derrumbado.

No me fue muy bien durante los primeros dos meses, parecía que todo se complicaba. Comencé a dudar de Dios, estaba muy desanimado y quería regresar a casa. Una mañana, antes de salir a colportar, abrí la cartera y me di cuenta de que no tenía dinero. Cuando llegó el medio día tenía mucha hambre y nuevamente comencé a reprocharle a Dios que solo me había sacado de casa para desilusionarme. Pero mientras estaba cabizbajo, delante de mí cayó algo, parecido a una hoja. Al mirarlo detenidamente me percaté de que era un billete de cincuenta pesos, justo lo que necesitaba para comer. Me aparté a un rincón y le pedí perdón a Dios por haber dudado. Desde ese momento, sentí que Dios estaba conmigo. Esa tarde confirmé que Dios no quería utilizarme para sanar cuerpos, sino almas.

Glorifico a Dios por guiar mi camino. Por esa razón, te invito a dejarte guiar por el Redentor, ¡él nunca falla!

Miguel Lozano Pérez, México

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