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Tesis de fe

«Señor, tú eres mi Dios; yo te alabo y bendigo tu nombre». Isaías 25: 1

COMO DE COSTUMBRE, esa mañana se despertó antes de las 6:00 am. Se escurrió al pie de la cama y con los ojos aún cerrados dio gracias a Dios por ese día. Luego fue al baño, se cepilló los dientes, se lavó la cara y volvió nuevamente a la cama donde tenía su Biblia, un viejo matinal y una Guía de estudio de la Biblia. Leyó durante casi una hora e hizo una breve oración. Después se duchó y se vistió apresuradamente, tomó su mochila, colocó en su interior unas carpetas, fue a la cocina, tomó un sorbo de agua, lavó una manzana y salió comiéndosela hacia la parada del autobús público, «¡Buenos días, buenos días!», saludó a los que estaban esperando.

Quince minutos más tarde había llegado a la universidad. Ese día tomaría el examen más importante de toda su carrera. Allí estaba reunido el Comité evaluador, su maestro tutor y aquel profesor por el cual había orado muchas veces al Señor: «Permite, Padre, que no me toque de jurado para mi examen profesional». Pero justamente ese catedrático había sido asignado como parte del jurado. Y no solo eso, sino que había prometido con anterioridad: «Si logro ser juez en tu examen, lo vas a lamentar. Te reprobaré».

¿Por qué tanto odio hacia un estudiante? La historia se remonta a un salón de clases con alumnos y maestros que hablaban disparates, fumaban marihuana, consumían alcohol y eran promiscuos. En ese salón de clases había un alumno que decidió no participar en las actividades de sus compañeros ni maestros. Un alumno que decidió comportarse como un hijo de Dios en todas partes.

Y ahora, ahí estaba frente a un grupo de maestros que parecían inquisidores más que educadores: «¿Por qué en tu introducción escribiste que Dios creó los idiomas?». «Colocar un mito bíblico en una tesis no es válido, ¿lo sabías?». En esos momentos, y antes de eso, su oración siempre fue el versículo de esta reflexión. Y habiendo dado cabal respuesta a cada una de las preguntas, la decisión resignada del comité fue: «Está bien, quedas aprobado».

En la biblioteca de aquella universidad todavía existe una tesis en cuya portada resalta la oración, en inglés: Unto thee, O Lord, do I lift up my soul.

Sí, Dios nunca te va a abandonar, ¡vale la pena serle fiel!

Adán Cortés Rodríguez, México

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