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Una fe de caída libre

«Confía de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia. Ten presente al Señor en todo lo que hagas, y él te llevará por el camino recto».

Proverbios 3: 5-6

¡QUERÍA QUE LA TIERRA ME TRAGARA! Ahí estaba, tirada sobre una pila de cuerpos aplastados por mi peso. Ahora puedo bromear acerca de ello, pero en aquel entonces me sentí muy avergonzada.

Todo empezó durante un retiro de estudiantes. Realizamos una actividad en equipo en la que teníamos que subir a una plataforma de unos cuatro pies de altura para luego dejarnos caer de espaldas en brazos de nuestros compañeros. Cuando llegó mi turno seguí todas las instrucciones para evitar que alguien se lastimara, sin embargo, era evidente que no confiaba lo suficiente en los miembros de mi equipo porque al final de mi salto estábamos todos en el suelo. Después de recuperarnos del incidente me dijeron que grité y sacudí las manos y piernas sin parar durante todo el tiempo, golpeando así a mis compañeros.

Es interesante cómo algunos juegos o actividades pueden ser un reflejo de la vida. Después de todo, los problemas y conflictos que experimentamos nos precipitan al vacío. ¿Alguna vez te has encontrado pataleando desesperadamente, buscando dónde apoyarte? Creo que a todos nos ha sucedido alguna vez. Es muy probable que nuestra respuesta siempre sea confiar en nuestros propios esfuerzos porque que remos encontrar la solución por nosotros mismos, queremos ser nuestros propios héroes. Sin embargo, la realidad es que no siempre tenemos todas las respuestas.

Pasar por momentos de prueba es la mejor oportunidad para aprender a con fiar, porque mientras «caemos» no tenemos el control, y como no tenemos el con trol de la situación tenemos que depositar nuestra confianza en algo, o mejor aún, en alguien. Al llegar al final, al fondo de nuestras caídas libres en la vida, ¿en quién confiamos? ¿En los amigos? ¿La familia? ¿En nosotros mismos? ¿En Dios?

Dicen que «para ver lo pasado no hacen falta gafas». Cuando analizamos el pasado nos percatamos de todos los detales y podemos tomar buenas decisiones para el futuro, así que siempre resultará mejor confiar en Aquel que conoce todos los detalles. La vida me ha enseñado que para evitar lastimarme y lastimar a otros, es preciso depositar mi confianza en Dios.

Cuando otros nos quedan mal podemos tener la seguridad de que Dios nunca nos quedará mal, él está al control y nunca nos defraudará.

 Sabine Honoré, Editora de IADPA

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