Pequé contra Jehová.
2 Samuel 12:13
Si deseas expresar tu anhelo de pureza más intenso, y los sentimientos más profundos de gratitud y alabanza a Dios, encontrarás que hace tres mil años alguien ya los había expresado con sensibilidad poética. ¡Gracias, David, por tus escritos! Y gracias, preciosa Escritura, ¡porque nunca ocultaste los pecados de tus hombres más nobles!
Tú ya conoces esa historia vergonzosa. No necesito escribirla nuevamente (2 Sam.11). La Biblia la entrega con todo su cruel realismo.
«¿Este es el hombre conforme al corazón de Dios?» (ver 1 Samuel 13;14), dicen los cínicos cuando un creyente cae en pecado. David fue el hombre conforme al corazón de Dios», no porque expiara el adulterio y el asesinato cantando salmos, sino porque, habiendo caído en pecado, aprendió a aborrecerlo con muchas lágrimas y voluntad férrea, confiando profundamente en Dios, dirigió ¡su rostro hacia el rostro de Dios! Esta es una lección que debemos aprender.
David no se convirtió en un hipócrita por haber caído de ese modo. Todo pecado nos separa de Dios. Todo pecado es inconsistente con la oración. Cuando oras, no pecas. Y si pecas, no oras. Pero, gracias a Dios, no podemos decir cuán oscuro debe ser el pecado para que Dios no nos acepte. No importa cuán bajo hayas caído y qué cosas malas haya albergado tu corazón, si tu tendencia es abrirte al influjo divino, finalmente te encontrarás con Dios.
Las peores transgresiones no son los arrebatos apasionados, contradictorios, de una vida cuyo cauce principal siempre fluyó hacia Dios, sino los pecados cotidianos, habituales, aunque sean mucho más pequeños. Las hormigas limpiarán mejor que un león la osamenta de un animal muerto. Y muchos de los que nos consideramos cristianos corremos el riesgo de alejarnos de Dios cada día con pecados mucho más «insignificantes» que el de David. Los pequeños y crónicos actos de codicia, de mezquindad, de mala intención, de deshonestidad en los negocios seculares y en los del Señor, pueden ser mas peligrosos que el monstruoso pecado de David.
Son estas pequeñas hormigas las que van matando tu anhelo de Dios, tu deseo de pureza.
Pero la lección principal de la experiencia de David es que ¡el pecado más tóxico se disuelve en el ácido de la confesión y el arrepentimiento!
Oración: Señor, quiero serte fiel en lo poco, para serlo en lo mucho.
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