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Espiritualidad

¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!

Marcos 10:23.

El Redentor de la humanidad fue un joven sociable. No fue como Simeón el Estilita, un asceta cristiano que nació en Cilicia a finales del siglo IV.

Al cumplir quince años de edad, Simeón ingresó en un monasterio donde aprendió de memoria los 150 salmos de la Biblia. Los repetía cada semana, veintiuno cada día.

Por causa de su rigor, Simeón fue expulsado de un monasterio, así que se fue al desierto para vivir en continua penitencia. Ahí, vivió en una cisterna seca y luego en una cueva, pero no estaba a gusto. Las multitudes que iban a visitarlo lo apartaban de la vida contemplativa y la oración, y lo orillaban a la tentación. Entonces hizo que le construyeran una columna de tres metros de altura, luego una de siete, y por último una de diecisiete metros, donde se subió y vivió ahí durante 37 años, procurando alejarse del tráfago humano. Por eso lo llamaron “el Estilita”, pues así se dice columna en griego.

Simeón el Estilita murió en el año 459. Como se le considera santo, su festividad se conmemora el 5 de enero.

El Santo, el verdadero, el único, no se escondió en una cisterna seca ni en una caverna para evitar la contaminación espiritual. Al contrario, tocó a aquellos a quienes los religiosos consideraban impuros: los leprosos, los extranjeros, las mujeres en ciertos días del mes, y no se contaminó. Él mismo era el antídoto contra el mal. Pero como a Simeón, a Jesús también lo pusieron en alto, sobre una cruz; y no pasó ahí 37 años, solo seis horas. Desde entonces, las multitudes no han dejado de contemplarlo, y en vez de llamarlo “Estilita”, lo llamaron Redentor.

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