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Lecturas devocionales para Jóvenes 2019

Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí.

Gálatas 2:20

Sísifo era tan astuto que llegó a enfadar a los dioses. Como castigo, fue condenado a la ceguera y a empujar perpetuamente una enorme roca hasta la cima de un monte, solo para que esta cayera rodando hasta el valle. Desde ahí debía recogerla y empujarla nuevamente hasta la cumbre, y así, indefinidamente.

En 1942, el filósofo existencialista Albert Camus escribió un ensayo al que tituló El mito de Sísifo, en el que desarrolla la idea del “hombre absurdo”, o con una “sensibilidad absurda”, aquel que es consciente de la inutilidad de su vida y que, incapaz de entender el mundo, vive en permanente confusión, ciego ante la realidad de la vida.

Camus y los griegos tenían razón respecto a lo absurdo de la vida humana en esta condición pecaminosa y sujeta a la muerte. Así es como siente la vida el que la vive solo. Cada ser humano, abandonado a su suerte es, en realidad, un Sísifo. Pero un día Jesús vino a la tierra y llevó la roca de nuestros anhelos de vida eterna hasta la cumbre del Calvario. Entonces los habitantes del cielo, no del Olimpo, exultaron de gozo. La cumbre había sido conquistada.

Las religiones paganas, en las que el hombre tiene que ganar su salvación mediante obras que agraden a sus dioses, reafirman en cada creyente la condición de Sísifo. Esas religiones promueven la utopía de que se puede satisfacer a los dioses y ganar la salvación, lo que es imposible. Esa obediencia, esas penitencias, esas promesas son como la roca de Sísifo. Nunca pueden alcanzar la cumbre. Viven para morir.

Nosotros tampoco podemos agradar a Dios. Ni la santa ley internalizada nos puede hacer aceptos por Dios. Hay muchos Sísifos entre los adventistas. Dios no acepta nuestra obediencia, porque es imperfecta. Pero acepta la obediencia de Cristo, el conquistador de la cumbre. La solución es permitir que Jesús viva en nosotros. Entonces, cuando oremos, Jesús presentará esas oraciones como suyas, y ya no ofrendaremos al Padre nuestra obediencia sino la obediencia de Cristo. Dios mirará a Jesús y nos aceptará, porque Jesús estará en nosotros.

Olvídate de ti mismo. Ya no vivas tú. Que viva Cristo en ti. Así vivió San Pablo, al grado que dijo: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21).