Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.
Lucas 6:27, 28.
Cierta vez, en el sur de México, impartí los temas en un retiro del Ministerio de la Mujer. El título general fue: “Hijas del Rey”. Al pensar en las cualidades de una hija del Rey, vinieron a mi mente muchas mujeres comunes de la historia bíblica que alcanzaron la realeza espiritual. Una de ellas fue una jovencita cautiva en Siria.
Naamán, general del ejército sirio, gozaba del favor del rey porque por medio de él el Señor le había dado victorias. Era Naamán un soldado valiente, pero leproso. En cierta ocasión los sirios, que asolaban Israel, capturaron a una muchacha, y la esposa de Naamán la tomó por criada.
Lo normal sería que esta joven se amargara y clamara venganza al Dios de Israel, pero ella había aprendido a amar a Dios y al prójimo. Ella era hija de Dios, hija del Rey del universo; por eso sabía que tenía una misión: traer luz y salvación aun a quienes la habían lastimado.
Esta jovencita fue una digna representante de la realeza celestial, y como princesa de Dios procuró hacer el bien, comenzando por el causante de su desgracia. Su compasión, perdón, bondad y valor la colocan como ejemplo de una princesa, hija del Rey de reyes. Ella le recomendó a su ama que le dijera al capitán sirio que en Samaria estaba el profeta Eliseo, quien podría sanarlo de su mal. Naamán accedió y fue sanado por el Dios de Israel (ver 2 Reyes 5:1-14).
Naamán había cambiado la vida de esta niña para mal, pero ella cambio su vida para bien. Me gustaría pensar que, agradecido, Naamán la recompensó en gran manera.
Qué gran historia la de esta joven, que desechó el odio y aun invirtió la ley de la siembra y la cosecha en el caso de este capitán. Tú y yo también somos princesas del Rey del universo. Devolvamos bien por mal, al igual que la joven hebrea de esta historia. -BR
