«Maridos, amad a vuestros mujeres y no seáis ásperos con ellas»
(Colosenses 3: 19).
El marido de Valeria no golpeaba a su esposa, pero sí la agredía con sus críticas y palabras hirientes. Constantemente veía faltas en las tareas caseras, el cuidado de los niños, las relaciones con las vecinas… Con frecuencia la comparaba con otros miembros de su familia y ella siempre salía perdedora. En medio de su enojo, increpaba a Valeria con insultos que jamás pronunciaría en presencia de familiares y amigos. Sus niños eran testigos de estas conductas y se llenaban de temor. A Valeria esos insultos la derrumbaban moralmente. Así acabó convencida de que era realmente inútil, torpe, malvada y una fracasada. Esa familia sufrió mucho por el carácter iracundo del padre.
Hoy se sabe que el abuso, tanto verbal como físico, tiene un efecto devastador sobre la víctima, sea cónyuge o hijo, que puede acabar sufriendo ansiedad, hipervigilancia, depresión, ideas suicidas, sentimientos de incapacidad, vergüenza, culpa, problemas del sueño… y otras dolencias. Es muy triste que el ámbito familiar, que debería ser un lugar acogedor donde sus miembros pudieran hallar cariño, apoyo y comprensión frente a las dificultades de la vida, se transforme en un lugar peligroso y dañino. Para evitar situaciones tales, Pablo insta a los maridos cristianos a no ser ásperos con sus esposas y a amarlas como Cristo amó a su iglesia, entregándose a sí mismos por ella (Efesios 5: 25). Más adelante les pide que el marido ame a su esposa como a su propio cuerpo, es decir, sustentándola y cuidándola (vers. 28-29).
El verbo pikraino (ser áspero) significa literalmente «producir amargor en el estómago» y, por extensión, quiere decir enojarse o irritarse. El mensaje encaja en un tiempo en que, según la ley judía, la mujer era tratada como una propiedad u objeto. El marido podía divorciarse de su esposa por alguna razón intrascendente, pero ella no tenía esa potestad. Era también costumbre que la mujer permaneciera de puertas adentro mientras el marido tenía libertad total para tener relaciones con otras mujeres.
Desgraciadamente, las conductas violentas persisten en el siglo XXI: una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física, con frecuencia perpetrada por un ser amado. Si añadimos la violencia verbal, tenemos más víctimas que mujeres respetadas. El Señor no quiere que sus hijas sufran por causa del enojo y la violencia familiar. Si vives en tal situación, intenta resolverla con oración y fe. Si las cosas no se arreglan, busca ayuda externa, pues muchos casos de violencia doméstica requieren intervención profesional.