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Ricas bendiciones del Señor

Matutinas para Mujeres 2020

Cuenta una fábula que un águila hablaba con su amigo el búho. Este le pedía el siguiente favor:

-No te vayas a comer a mis pequeños.

-Descríbeme a tus criaturas -le pidió el águila—, para no comérmelas.

-Mis crías son las más preciosas del bosque. Son grandes, hermosas, tienen ojos cristalinos y muy expresivos, parecen iluminados por la luna y su pico es de líneas suaves y majestuosas. Sus plumas se confunden con el más precioso follaje de la noche – le contestó el búho.

El águila partió hacia las más remotas cumbres, llevando en su mente la solicitud del búho. Cuando sintió hambre, fue en busca de alimento. Observó por todas partes y descubrió a un grupo de aves pequeñas, medio desplumadas, con caras redondas y feas, y pensó que podía comérselas, pues de ninguna manera podían ser las crías del búho.

Cierto día, el búho le reclamó llorando:

-¿Por qué te comiste a mis hijitos? ¡Me prometiste que no lo harías! ¡Me traicionaste!

—Pero si me comí a los más feos, es imposible que fueran los tuyos -dijo el águila.

Nadie ve feos a sus hijos, y eso está correcto. Lo malo es hacer de ellos un ídolo; considerar que son los más lindos, los más inteligentes, los mejores, y criarlos de tal modo que se conviertan en consentidos, prepotentes y orgullosos, insensibles a las necesidades ajenas y que se sientan con derecho a todo. Ese es el error que cometió Cristina.

Cristina pensaba como el búho de la fábula. Su hija le parecía la mejor, la más bella, la más inteligente… Pero un día, esa niña, ya convertida en joven, salió de su caparazón al mundo exterior solo para descubrir que no era tan única y especial como le habían hecho creer. Fracasó estrepitosamente, pues no supo adaptarse a la realidad.

Tus hijos son una rica bendición que Dios te ha dado. Y es tu privilegio poder guiarlos en sus caminos y ver el poder del Señor manifestado en ellos, Dios desea que tus hijos sean como columnas labradas (ver Sal. 144:12), como flechas en manos de un guerrero (ver Sal. 127:4). Ayúdalos para que así sea, educándolos con sencillez, humildad y dominio propio. Impárteles valores cristianos.

«Los hijos que nos nacen son ricas bendiciones del Señor»

Salmos 127:3