Nunca olvidaré aquella experiencia que tuve durante la primaria. La maestra nos había pedido a los más pequeños que sembráramos hortalizas en la era de la escuelita, y eso hicimos. Pero los alumnos más grandes, por alguna razón, arrancaron lo que nosotros habíamos sembrado y sembraron rábanos. Cuando fuimos a mirar cómo iba nuestro trabajo, nos frustramos y tomamos una decisión errónea: destruimos lo de ellos con nuestros pequeños pies (y con ayuda de algunas bicicletas).
Cuando se descubrió lo que habíamos hecho, la maestra nos pidió explicaciones, pero todos los niños de la clase mentimos, en lugar de aceptar nuestro error. Teníamos demasiado miedo al castigo que nos esperaba si admitíamos nuestra culpa. Pero, tras las investigaciones pertinentes, todo se descubrió.
—Por haber mentido y echado a perder el trabajo de los muchachos de quinto, tendrán doble castigo —sentenció la maestra-. Deben presentarse todos juntos ante los estudiantes afectados y, al unísono, pedirles disculpas. Posteriormente, se quedarán una semana entera sin recreo.
El temor a las posibles consecuencias de decir la verdad trajo para nosotros un grandísimo castigo que jamás olvidaré. Y es que lo peor que le puede suceder a un ser humano es vivir con temor. Mucha gente vive con temores constantes; algunos de esos temores son fundados, pero otros son imaginarios: temor al fracaso, a quedarse sin dinero, a la enfermedad, a perder la atención de la pareja, a no encontrar trabajo… La mayoría de esas cosas tal vez nunca sucederán.
Tanto si tienes temores fundados como infundados, la fe te puede ayudar. Si crees que el amor de Dios es real, ese amor echará fuera el temor de tu vida. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros. El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada? […] Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Rom. 8:31-37, RV95).
«En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo»
1 Juan 4:18, LBLA