«Tú, Señor, has dicho que vives en la oscuridad. Pero yo te he construido un templo para que lo habites, un lugar donde vivas para siempre».
1 Reyes 8: 12-13
-Comenzó entonces el programa de dedicación del templo -dijo la mamá-. Había representantes de muchas naciones extranjeras. Era una hermosa escena en la que participaron el rey Salomón, los ancianos, los sacerdotes y levitas. El arca fue traída de la tienda donde se encontraba y a cada seis pasos se ofrecía un sacrificio. Las trompetas sonaban en armonía con los cantos entonados por los levitas, que tocaban también arpas, salterios y címbalos. Decían: «Porque Dios es bueno, para siempre es su misericordia».
-Me imagino a los niños presentes, tan emocionados -expresó Susana.
-Y muy reverentes -apuntó la mamá-. En esa gran ocasión, todos los que participaron estaban agradecidos alabando a Dios porque había cumplido la promesa hecha a Abraham muchos años antes. Cuando el arca estuvo en su lugar, la gloria del Señor llenó el templo con una nube y nadie pudo entrar. Salomón se postró en adoración a Dios e hizo una preciosa oración. El Señor aceptó la dedicación del templo y cayó fuego del cielo, que consumió el sacrificio en señal de aceptación. El pueblo adoro, y el rey los bendijo.
-Me hubiera gustado estar presente -dijo Mateo.
-Y a mí también -ratificó Susana.
-Hubiera sido una experiencia extraordinaria. El templo había sido construido en el monte Moria, lugar donde Dios le había pedido a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac. Después de la dedicación del templo, el pueblo celebró la fiesta de las cabañas, contentos y agradecidos porque Dios estaba con ellos. Tiempo después, Dios le habló a Salomón otra vez y le prometió que estaría con él y con su pueblo si obedecían su ley. Dios también estará con nosotros si obedecemos su ley, es su promesa -finalizó la mamá.
Tu oración:
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¿Sabías que?
El templo de Salomón fue destruido por los babilonios.